La ley del deseo
Desde que estoy preparando oposiciones me siento rara. Es una sensación estresante saber que cada semana tienes que estudiarte un montón de artículos de diferentes leyes, algunas conocidas e interesantes y otras horrorosamente feas como un demonio.
Voy todos los viernes a Almería. Normalmente salgo sobre la una del mediodía de Vera y llego a la capital pasadas las dos. Entonces empieza mi periplo para encontrar un bar bueno, bonito y barato, y tomarme un par de tapas buenas de pescado fresco, sea aguja o mero, aprovechando mi paso por la ciudad. Mi ilusión siempre es coger dirección a la Alcazaba, pero ya he comprobado que los mejores bares no están precisamente dentro del casco histórico. De esta manera ya no me da tiempo a subir allá arriba, y como mucho, algún día, atravieso la puerta principal de la entrada y desde allí contemplo unos segundos la ciudad y el mar.
Luego, callejeando, me refugio en la Escuela de Arte, sede de mi aseo y reposo. Me lavo los dientes en el aseo de los alumnos y alumnas, el cual tiene todos los servicios averiados menos uno, y después me siento en el claustro del patio, tranquilamente y en paz, pero igualmente agobiada, y me repaso, a toda velocidad y concentrada, lo que me falte por ver antes de entrar en la academia.
Porque nada más entrar a las cinco lo primero que hacemos es un examen tipo test. Y me agradan los exámenes tipo test. En realidad me gustan todos los exámenes. Siempre me ha gustado estudiar. Eso de comprobar que tienes memoria y capacidad para aprender y contestar. Reflexionar y razonar.
Por eso, cada viernes, a las nueve y media, cuando vuelvo en el autobús que va para Barcelona y hace su primera parada en Vera, aunque esté para el arrastre, mi espíritu está alegre, contento de haber realizado el esfuerzo y dispuesto a entregarse a todo tipo de placeres, sobre todo a comer y a beber, ya en casa, despreocupadamente, para compensar la tensión vivida.
Sin embargo, a pesar de que semana tras semana observe que lo voy superando, también, un día, como después del trágico viernes trece, ya no podía más, me parecía todo demasiado y me dio un bajón. Yo estudiando y el mundo en guerra. Una guerra que solo vemos cuando está cerca y me pregunté por qué no nos afecta cuando casi cada día explotan bombas en otros países.
Pero, como una necesidad vital, la otra noche pusieron en La 2 La ley del deseo. Y la vi con ardor y pasión. Qué derroche de libertad. Qué felicidad de arte. Volver a escuchar lo dudo, lo dudo, lo dudo, que halles un amor más puro como el que tienes en mí.