Con el pecho tatuado y rabiando
Esta repentina caída del borrico que les ha hecho ver la luz del poco ventilado estilo socialista
De mostrador en mostrador, los desposeídos cargos de Izquierda Unida van contando entre dientes la vieja historia del desamor y la deslealtad con la que desde siempre se ha escrito la copla de la política española. Es lo malo que tiene tatuarse el nombre de una mujer en el pecho, que luego cuesta horrores borrárselo. Y duele. Y así, con cara de arañazo y quemazón comparecieron ayer en rueda de prensa los cargos de IU en Almería, demostrando que a veces los más progres del mundo mundial comparten milimétricamente argumentos y discurso con lo que ellas y ellos llaman despectivamente “la caverna mediática” sobre la falsa inestabilidad que agitaba sobre las tablas su ex socia de gobierno. Pero si me permiten la reflexión, lo más llamativo no es que los más progres del mundo mundial copien el reproche del Partido Popular Andaluz sobre los verdaderos intereses que han llevado a doña Susana a ponerles las maletas en la puerta, sino esta repentina caída del borrico que les ha permitido ver la deslumbrante luz del ineficaz y poco ventilado estilo socialista de gestión en la Junta de Andalucía. Por lo tanto, y en un sorprendente ejercicio de perspicacia deductiva, los miembros de la coalición de izquierdas han descubierto, aún con las nalgas calientes de la patada, que el socialismo de doña Susana es a la historia de la lealtad lo que el palacio de Fu-Manchú a una cura de reposo. Uno comprende bien las razones del despecho, pero existe una delgada línea (roja y cívica, por supuesto) que delimita la viva exposición de los sentimientos y el patetismo. Entre la pena y la vergüenza ajena les hemos visto dolerse y retorcerse, y lo comprendemos, pero no olvidemos que en política, el tránsito entre la complicidad y la denuncia es tan difícil de tragar como el mal aguardiente de los colmados.