La marca Don Quijote
En una de mis lecturas ociosas tropiezo con la carta que Sigmund Freud escribió a principios del pasado siglo al que fue primer traductor de su obra completa al español y que figura al frente de su mencionada edición. Y me sorprende que el famoso y revolucionario neurólogo austriaco comience su misiva de la siguiente manera: “Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal Don Quijote en idioma original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana”. Conmueve y halaga que una mente tan gigante como la del padre del psicoanálisis haga un esfuerzo tan notable por la sola motivación de gozar en directo del ritmo, de la estética del fastuoso primitivismo (visto desde nuestra perspectiva) de la lengua utilizada por Miguel de Cervantes en su asombroso libro.
Mutatis mutandis, desde hace mucho años gozo de la amistad del actor y director teatral yugoeslavo Hadi Kurich (y la de su mujer, también actriz, Ana Kardelis). Ella era actriz en Belgrado y él, director del Centro Dramático de Sarajevo cuando estalló aquella salvaje guerra civil de los años noventa, que dejó con las vergüenzas al aire a todos los políticos europeos, incapaces de cortar las absurdas matanzas inhumanas que allí se perpetraron. Y ambos, Ana y Hadi, fueron pasajeros del primer avión de refugiados que aterrizó en España escapando de la sangría que asolaba a su pueblo. Los dos llegaron al aeropuerto de Valencia en 1992 sin saber una palabra de nuestro idioma; y, lo que es la vida, en el año 1996, sólo cuatro años después de su llegada a nuestro país, estrenan ¡en castellano! un Don Quijote en doble versión para calle y para sala. Cuando yo un día, en un bar de Almería, les pregunté por qué habían elegido España como destino de su nueva vida, Hadi me respondió con absoluta rotundidad: “Por el Quijote. Un país que escribe el Quijote es un buen destino para un exiliado.”
Sigmund Freud aprende español por el mero placer de leer el Quijote en directo, sin la intermediación, siempre traidora, apunto yo, del traductor. Hadi Kurich se refugia en España porque nuestro país le ofrece la garantía de haber escrito el Quijote. Sólo recoger estos dos casos provocan una explosión de autoestima colectiva tan grande que nos hace olvidar, o relegar al menos, otros sucesos de nuestra historia que tantas veces nos avergüenzan ¿Qué tiene este libro para mover conciencias, ofrecer garantías o atraer lectores de todo el mundo?
Contrastan estas dos posturas con la reciente iniciativa de la RAE de publicar una versión “adaptada” de nuestra novela para que sea fácilmente digerida por unos nuevos lectores culturalmente desnutridos y vitalmente insertos en la comodidad. Es decir, un Quijote “desquijotizado” que se suma al café descafeinado, a la leche sin lactosa o al melocotón en almíbar sin fructosa y sin azúcar.
Vivimos tiempos nuevos en los que todo se aligera para no necesitar esfuerzos ni parecer elitistas. Si la masa es ineducada, habrá que promover campañas de ineducación y tontunez intrínseca. Si la gente es sólo un saco de hormonas, habrá que potenciar programas como Gran Hermano. Si los más son zafios, habrá que intensificar tertulias al uso, para que aprendan a insultar mejor y más groseramente.
¡Qué vanos fueron los esfuerzos de Freud y las ilusiones de Hadi Kurich! Y pobre don Quijote: ¡cuántas aventuras inútiles, cuántos discursos a sordos, cuántas palabras sin eco le esperan en este 2015, año de su centenario!