Un mal viaje
“La corrupción ha asfixiado con un abrazo mortal la continuidad de un sistema que creíamos sólido”
Nadie puede creer que a la muerte de Franco en la cama a los españoles nos esperaba un avión con destino al paraíso, pero es indudable que abandonar una tiranía para comenzar una democracia con más o menos carencias, era una aventura, una ilusión candorosa y una necesidad vital colectiva irremplazable, una forma de justicia histórica o una inercia imparable a la que no íbamos a renunciar.
Admitir después de cuarenta años que ese viaje ha llegado a su fin, cargado de frustraciones y decepción, no es un ejercicio de pesimismo y fatalidad política sino el reconocimiento de la realidad española más reciente e inequívoca. El paroxismo de la corrupción ha puesto un broche maléfico y putrefacto en nuestras vidas como ciudadanos y, ha asfixiado con un abrazo mortal la continuidad de todo un sistema que creíamos sólido y perdurable. No tan endeble como se ha demostrado así mismo y tan incapaz de corregir situaciones o actitudes que debiendo ser malas excepciones, hoy son una generalización en la vida pública y un execrable proceder que no se ha combatido o erradicado en su momento desde la legalidad y la articulación de sistemas de fiscalización, intervención que disuadieran a políticos codiciosos y a funcionarios de moral ligera.
Vaticinar que hemos llegado a un punto muerto o a la hora cero, no es una ficción, puede ser una afirmación excesiva en lo tocante a los principios fundacionales sobre los que hemos instituido nuestra convivencia durante este largo periodo, pero es una verdad consumada e incluso comedida en lo que concierne a los protagonistas políticos, muy esforzados por el beneficio partidista y personal, vagos y laxos en la consecución del bien común. Este retrato tenebrista de la casta política se explica no sólo desde la desvergüenza personal de sus protagonistas, también se puede interpretar desde la complicidad de toda una sociedad, complaciente con los corruptos y enaltecedora de valores procaces y ruines, pues es obvio que los señores que nos gobiernan no son extraterrestres de un planeta perverso, son nuestros vecinos, nuestros compañeros de clase, nuestros amigos y familiares, nuestros elegidos, nuestros ministros, nuestros presidentes y nuestros alcaldes, están donde están pues este ha sido nuestro deseo y nuestra voluntad.