La Voz de Almeria

Opinión

¡Olé, torero!

“Cumplió una afirmación suya: vamos a asombrar al mundo y a reformar la casa sin que deje de funcionar”

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Si el alma existe, cuando empiezo a escribir esta necrológica -a las 13’14 del viernes- la suya está aún en el cuerpo de Adolfo Suárez; y la mía, rota. Me cuesta, pues, mucho trabajo aceptar la petición del Director de La Voz de Almería para escribir en pretérito. Y no me vale que La Lupe cante que la vida es puro teatro… Mis emociones, mis sentimientos, mis gratitudes, no son teatro ni yo actor.


Empiezo, pues, a escribir este artículo cuando del gozo de la primavera –que he celebrado hace un rato permitiéndome el lujo de unos churros gozosos- he pasado en un instante al invierno desolado: Adolfo Suárez –la dignidad hecha persona- ha empezado –y sigue en ello- a morirse sin remedio, dándole la razón a Benedetti: la muerte no se apura, sin  embargo,  / ni se aplaca. Tampoco se impacienta.


…Adolfo Suárez toreó toda su vida: vestido de corto, un Festival en Ávila a beneficio de una asociación de Acción Católica, que presidía; durante una corrida de toros se declaró a Amparo Illana; y, al fin, hizo la faena que lo consagró para los siglos de los siglos, la Transición, mientras todos aireábamos orgullosos, como una serpentina, el grana y oro de la bandera de España. A fin de cuentas, ya lo había dicho Antonio Ordóñez: “para ser torero no hace falta ser ingeniero, sino ingenioso.” Nadie podrá negarle la imaginación y el ingenio.


Lo conocí en un ambiente desolado: en aquel gran salón del Hotel Meliá Castilla estaba él solo, rodeado de traición: todos le habían abandonado. Apoyado en una mesa, con los brazos cruzados, de frente al largo pasillo, sonrió, se incorporó, me dio un abrazo y dijo: “Fausto, qué alegría, ¡cuánto tiempo sin verte!” “Treinta y tres años, Presidente: es la primera vez que nos vemos”.  Soltó una carcajada y, cogiéndome de los antebrazos y mirándome a los ojos, dijo: “¡Qué cabrón eres!”. “Lo mismo que tú, ¿no?”  le respondí, riendo yo también. Al muy poco tiempo envió los dos millones de pesetas que le había prometido a los pescadores de Roquetas. “Puedo prometer y prometo” no era una frase pescavotos, sino una manera de ser: “puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea el número de escaños”. Y entre todos consensuaron la Constitución aún vigente. Siempre me ha recordado al flautista de Hamelín, con final feliz: todos lo siguieron. Y, claro, así cumplió también una afirmación suya menos conocida: “Vamos a asombrar al mundo… reformando la casa sin que deje de funcionar la luz ni falte agua en las cañerías”: España, la casa común, con luz, agua, libertad sin ira, diálogo –“habla, pueblo, habla”- dignidad e ilusión.


¿Quién es Suárez, hoy, cuando está a punto de morir? ¡Si aprovecháramos su herencia…! Si se hizo entonces, ¿por qué no es posible ahora?


Él jamás se ha arrogado ningún vano protagonismo… Ni siquiera cuando no se echó al suelo durante la balacera del 23-F, y se hizo un hueco para llamar al rey y aconsejarle que apareciera en televisión y tomara partido públicamente por la democracia… Al muchísimo rato, fracasada la Operación Armada, el rey salió en televisión, sí. Muy de madrugada.


La dignidad es su clave. Y la modestia. Y el s

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