Ciclogénesis explosiva
Las palabras busca la compañía del tiempo, pero el tiempo las traiciona y termina por olvidarlas, por eso ya nadie dice vendaval, temporal, galerna o huracán que queda algo cateto, ante el impacto de esta expresión de nuevo cuño y salvajemente moderna, llena de pureza científica y con sonoridad a catástrofe, como es “ ciclogénesis explosiva”.
La noche de la ciclogénesis recorría los doscientos metros que separan mi casa del contenedor de basura más cercano, arrastraba dos grandes bolsas negras llenas principalmente de papeles y cartones que apenas pesaban, se me antojó que parecían dos globos fúnebres y tristes. El viento golpeaba mi cuerpo igual que si estuviera en un ring y no pudieran defenderme, aquellos puñetazos invisibles hicieron volar las bolsas y yo con ellas. Estuve suspendido en el aire algo más de tres minutos como si fuera un papel, haciendo piruetas absurdas en el vacío, cuando amaino aquella bomba meteorológica, las bolsas negras que aún sujetaban hicieron de paracaídas y caí amablemente sobre el contenedor.
Aquel aterrizaje placido, no evitó el estremecimiento de una vagabunda que hurgaba entre las inmundicias yo estaba despavorido con los huesos doloridos de aquel vuelo frenético que casi me mata. Ella se acercó hasta mí, aún permanecía tumbado a lo largo del contenedor, tenía la cara tiznada y su boca exhalaba una fetidez agria y antigua, en sus ojos hipnóticos brillaba el maleficio de la miseria y la mala vida.
¡¡ Joder que navidades. Primero me atacan los vampiros y ahora cae un meteorito con cara de oficinista en pijama y con zapatillas!!. Exclamaba la indigente a grito limpio. Ella empezó andar, tirando de un carro de hacer la compra en las grandes superficies, de tanto en cuando sacaba del bolsillo mugriento de su abrigo la cabeza de una gamba y la chupaba, después volvía a guardarlas en otro bolsillo. Cuando fue tomando confianza ofreció unas cuantas cabezas del segundo bolsillo y yo sorbía fingiendo que se trataba de un gran manjar. Le ofrecí un cartucho de gambas blancas frescas, de una marisquería a cambio de información precisa sobre aquel ataque, pero me dijo que ya sólo le gustaban las de la basura y cómo que era tan idiota, para no darme cuenta del tiempo que llevaban chupándome la sangre.