La imagen arriesgada de Martín Cuenca
La imagen arriesgada de Martín Cuenca
La película “Caníbal” es sobria, intrigante, fría, de caminar lento, sin concierto musical de compañía, llena de quietudes, de interrogantes, aparentemente con falta de respuestas, intrigante, sin apenas explicaciones sobre los acontecimientos que suceden sin más. Es también una manera de ver y sentir Granada. Podría titularse “Caníbal en Granada”. Pero es, sobre todo, imagen. Y el cine es, sobre todo, contar historias en imágenes, lo cual es un riesgo para determinados espectadores. Y Manuel Martín Cuenca no renuncia a las imágenes arriesgadas como contador de historias.
Está claro que Manolo Martín Cuenca va por libre en la senda del cine español, aunque en este territorio no está solo. Su concepción de “cine de autor” es personal, nada que ver con las líneas marcadas por la cultura oficial. Cada película suya se adentra en un mundo en el que el cineasta observa, indaga para que cada historia tenga los rasgos de la realidad que quiere desvelar. Y naturalmente “Caníbal” tenía que responder a esta trayectoria del cineasta almeriense. Nadie le puede acusar de falta de coherencia, se esté de acuerdo o no con sus películas, con su forma de ver y proyectar la imagen del mundo y la actualidad. Y como es obvio, su cine no puede dejar indiferente. A “Caníbal” no se puede ir a pasar el rato.
El inicio de la película es un punto de partida clave. Un plano de varios minutos, una gasolinera en la distancia, gris, luz, blanco y negro, color matizado, alguien se mueve, una atmósfera que me hizo recordar al pintor Hopper. Este momento inicial transcurre en silencio absoluto. No hay sonido, sólo silencio. Después se intuye la presencia de un observador, el personaje.
La película transcurre sin banda sonora musical, los sonidos son los que transcurren en la ciudad o en el paisaje. Y mientras tanto, el caníbal, un sastre del que apenas sabemos nada, mata mujeres a las que devora, en soledad y sin inmutarse. Sin razones ni causas. No se dan. El caníbal se mueve en la lentitud vital, hasta que conoce a una mujer de la que se supone que se enamora, puede ser la mujer de su vida en medio de la tragedia personal, de la rutina de su oficio, fuera del tiempo.
Martín Cuenca sitúa la película en Granada y aporta una identidad urbana muy reducida, la zona antigua del Darro, y el paisaje invernal de Sierra Nevada. Si hay soledad en el taller del sastre, también en la montaña. Y junto a esta imagen está la identidad de la escenografía de las procesiones, como un ritual que tiene atrapado al personaje, que asiste, impertérrito, a la misa, donde el sacerdote consagra la carne y la sangre de Jesucristo (“tomad y comed porque esta es mi carne”). Es el retrato de Granada que Martín Cuenca construye para “Caníbal” y que marca el escenario final de la historia.