La Voz de Almeria

Opinión

Almería no puede volver a ser un Ejido del 2000 ni un Torrepacheco, segunda parte

Carta del director 

Vista aérea de El Ejido.

Vista aérea de El Ejido.La Voz

Pedro Manuel de la Cruz

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Sostenía la imaginación desbordada del gran Miguel Naveros que Lamarca, aquel restaurante de moda en el cambio de siglo, era un Berlín entre Guerras ocupado por dirigentes políticos y transitado por arribistas capaces de venderte salvoconductos para sentarte con quienes entonces mandaban en la Junta, la Diputación o las alcaldías más importantes de la provincia. Allí, cada noche se compraban confidencias y se vendían lealtades con tanta rapidez como tan pocos escrúpulos. En aquel territorio en el que lo mismo se decidía la ejecución de un alcalde que se elevaba a futuro concejal al que acababa de pagar la ronda, quienes realmente reinaban eran los conspiradores, fundamentalmente del bando socialista y populares. Comparado con algunos incendiarios de ahora, aquellos eran tipos de fiar. Cada uno sabía cuál era su territorio y los cambios en los escenarios del poder se producían con la asumida naturalidad con la que el otoño releva al verano. Hoy estás tú y mañana ya llegaré yo al ayuntamiento, a la Diputación o al Gobierno. (La junta era entonces un territorio inexpugnable).

En aquella Casablanca en donde había más Ugartes que Ricks todos sabían que, aunque los intérpretes cambiaran, la partitura solo sonaría con pequeñas modificaciones.

Ahora ya no existe aquel espacio de humo y conspiraciones. Todo está revestido de una higiene quirúrgica de aparente normalidad, pero en la que algunos de los concurrentes llevan muy afilado el bisturí con el que rajar de arriba a abajo la partitura.

En el ambiente de aquel Berlín entre Guerras de una provincia que había pasado de ser la principal exportadora de emigrantes a la gran importadora de inmigrantes, ni al PP ni al PSOE se le ocurrió nunca poner en riesgo la estabilidad social buscando con descaro pescar votos en el río revuelto de las permanentes oleadas de extranjeros llegados del otro lado del mar. Solo la soberbia racista y desclasada impulsada por Enciso y la estupidez suicida de los que le siguieron enloquecidos de furia y odio situaron en la inhumanidad y en el abismo a la provincia.

Han pasado 25 años desde aquella semana trágica y obscena en la que algunos almerienses escribieron una de las páginas más negras de nuestra historia reciente. De aquella experiencia enloquecida salimos vacunados y la vida siguió con la certeza de que nunca más debería repetirse.

Pero las vacunas no duran toda la vida, aunque la estupidez sí.

La última encuesta difundida el miércoles por antena3, un grupo mediático nada cercano al sanchismo, sitúa al PP a poco más de treinta escaños de Vox, 111 frente a 77. Eso a nivel nacional. Una proyección demoscópica que en Almería sería menor a la vista de los registros históricos de las últimas consultas electorales.

Cuando se pongan las urnas el pueblo decidirá. Pero quien tiene que decidir ahora es el PP. En Génova está la decisión de si continúa contemporizando con el racismo de Vox por temor a perder votos, o combatirlo y planta cara a esa deriva tan arriesgada para sus intereses como partido- ahí están todas las encuestas- y tan destructora, y esto es lo importante, para el país. Hasta ahora y presionado por el ayusismo (Ayuso es una marioneta inconsistente, pero el ayusismo es una estructura económica, judicial y mediática madrileña de amplio impacto en todo el país), presionado por las divisiones acorazadas del ayusismo, digo, Feijoo no solo no sido capaz de ampliar la capacidad de liderazgo con que desembarcó en Madrid, sino que le ha situado en el precipicio.

Electoralmente Almería es una raya en el agua. Nunca ha pintado nada en los estados mayores de los grandes partidos. Pero sí tenemos voz y presencia en Sevilla. Dos activos que deben ser proveedores de criterios para que sean conscientes de que contemporizar con el racismo es una plaga que puede sembrar de odio un campo ya de por sí abonado a la intolerancia.

Frente a la complejidad de la emigración no cabe ni el buenísmo de la extrema izquierda, ni el racismo de la extrema derecha.

Un Vox con 80 diputados condicionaría tanto la política que la normalidad de la alternancia llevaría aparejada un coste altísimo en la convivencia social. No en Cuenca, Salamanca o Zamora, donde la presión migratoria es inapreciable, pero sí en Madrid, Murcia, Cataluña o Andalucía donde la presencia de extranjeros supera el 20 por ciento.

Con sus proclamas incendiarias y falsas, Vox, como hace diez años Podemos, no quiere mejorar el país, quiere cambiar el país, romper la estructura constitucional que tanto ha contribuido a construir la arquitectura de progreso que ahora tenemos.

Berlín entre Guerras era un juego de niños en busca de parcelas de poder. Las proclamas delirantes de los racistas son un arma de destrucción masiva para la convivencia.

Desde aquel febrero del 2000 ha pasado mucho tiempo, pero no tanto como para que algunos no sueñen con recuperarlo. Almería no debe posibilitar un nuevo Ejido o un Torrepacheco, segunda parte. Y, para eso, que nadie avente la chispa que algunos y algunas quieren encender. 

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