De premios y medallas
De premios y medallas
La próxima entrega, un año más, de las medallas de Andalucía, ha reavivado mi reflexión acerca de las distinciones de alto nivel que hoy se conceden a las personalidades supuestamente más significativas.
Siempre he pensado sobre la escasa utilidad de estos reconocimientos –premio Cervantes, Príncipe de Asturias, Nacional de…, etc- para el galardonado. Se dice siempre que tal o cual premio es el “reconocimiento a una trayectoria”, cuando todos sabemos que, a la vista de los premiados, no es así. La mayoría de ellos ya tienen una trayectoria reconocida y sobradamente aplaudida, y además suelen ser famosos y populares. Reconocer una trayectoria reconocida no parece algo meritorio desde la propia naturaleza del premio y de quien lo otorga; más bien evidencia un deseo de prestigiarse a costa de premiar al prestigioso. Sería como darse el premio a sí mismo, una variante del “hacerse la foto” con el personaje famoso, tan común hoy entre nuestros representantes de la cutrecultura oficial.
Siguiendo el ejemplo de los grandes, proliferan una ingente cantidad de instituciones de nuevo cuño que crean premios y desde el principio los conceden a personajes estratosféricos. Ejemplo: “La Fundación Gabarrón de Mula ha otorgado el premio 2004, en su especialidad de Literatura, a Gabriel García Márquez”. Si tienen la suerte de que alguno de ellos cometa el error de ir a recogerlo, se habrán prestigiado en un santiamén.
Otros están dispuestos a rebajar su categoría, y quedarse sólo con el personaje famoso, generalmente del mundo de la farándula, con tal de darse un baño de populismo de clara inclinación electoralista. Las medallas regionales o provinciales, los premios locales, generalmente dependientes de una decisión política sin asesoramiento serio, suelen ser de este tipo. Como ejemplo, algunos de los últimos galardonados en nuestra Comunidad: la duquesa de Alba, la Pantoja…
Lo deseable sería que se otorgaran a trayectorias de gran nivel y escaso reconocimiento hasta el momento de la concesión del premio. Servirían de mucho a los reconocidos y ayudaría a su consolidación y disfrute en vida, en contra del tufillo a crisantemo que preside las grandes ceremonias. Pero para ello es indispensable cambiar el concepto. El talento sólo puede ser descubierto y reconocido desde el propio talento, y este no es, precisamente, habitual entre los jurados o cargos que deciden el premio. La endogamia o el oportunismo político, sí. La mediocridad también.