El estiércol
El estiércol
Afortunada frase aquella de quien dijo que el dinero era el estiércol del diablo. Seguro que la gentes que la oyeran habrían reaccionado a su alrededor en plan optimista. “Hombre, no exageres. Siempre se puede hacer algo por cambiar el mundo, no todo es podredumbre”. El autor recordaría los años de su juventud cuando, lleno de vigor y de idealismo, se apuntó a un partido para transformar la sociedad. O tal vez se afilió a una asociación religiosa, científica, deportiva, cinegética o simplemente viajera a impulsos de una actitud constructiva y soñadora. Hoy, ya de mayor, el autor de la frase pasa, tal vez, sus últimos diás en una residencia de ancianos esperando la muerte. Se acabó el sueño. Por los pasillos del pabellón de reposo, el viejo medita en las noticias que trae la prensa. Hay corrupción en la política, en la economía, en el fútbol, en el ciclismo, en la empresa y en casi todas las actividades de los hombres. El estiércol del diablo lo ocupa todo. Es más, ahora ya no se cree ni en el demonio, estiércol por doquier. El dinero se ha erigido en sujeto de la historia. Decía Quevedo que el avaro quería tenerlo todo bajo control para así poder amar a Dios sobre todas las cosas. ¿Y quién no ve cierta simetría moral con el comportamiento de la derecha corrupta? No es posible levantar una sociedad justa y libre sobre el estiércol. No durará mucho un gobierno que lo único que le interesa es la contención del déficit exigiéndole sacrificios a las clases medias, para ellos darse la vida muelle con supuestos sobresueldos y oscuros líos de dinero. Puede que el pueblo se esté cansando. La democracia debemos cuidarla como las orquídeas. Ojalá del estiércol pudiera nacer otra transición, flor extraña que iluminó con paz la vida española durante treinta años.