Los hijos de Almería que no son como los padres
El pufo de los viajes de la calle Reina Regente deja una nómina de 53 estafados

La agencia Viajes Alborán cerrada desde finales de noviembre.
La primera vez que hice un viaje por mi cuenta -sin padres ni familia que se precie, solo con camaradas del Instituto- fue a Melilla, que, para nosotros, aunque estuviera al otro lado de la orilla, representaba como una singladura de Ulises. Recuerdo que sería mediados de los años 90 y compramos el billete del Melillero en la agencia que más cerca estaba del Puerto, tras bajarnos del Alsina y atravesar la ciudad por la Avenida de la Estación y por la Rambla. Abrimos la puerta de cristales con nuestro aspecto pueblerino y sacamos cuatro billetes rumbo a la ciudad autónoma, que, para nuestra imaginación, ávida de aventuras, entonces era como la mismísima Ítaca. Recuerdo que nos atendió una señora que se llamaba Lola que lo primero que nos pidió, mirándonos con el ceño fruncido, fue el carné de identidad.
Muchos años después, esa misma agencia que pisaron por primera vez aquellos cuatro aventureros rurales, ya no emitirá ningún pasaje más a Melilla ni a ningún otro sitio del mundo. Abrió sus puertas hace más de 40 años, en la falda del Gran Hotel Almería, junto a la antigua discoteca Long Play, fruto de la iniciativa de aquella Lola- que nos vendió el billete con la desconfianza con la que miraría por primera vez al novio de su hija adolescente- y de su marido, José Antonio Rodríguez Moreno, uno de los primeros empleados de la agencia de viajes de Rossell en sus inicios en Garrucha. Ella había trabajado en Viajes Rossell y había aprendido las claves del negocio de vender viajes. Con humildad empezaron a hacerse un hueco en el mercado, un mercado que estaba dando aún sus primeros balbuceos en Almería, tras abrir el telón Luis Fernández Revuelta con Viajes Alysol, en Méndez Núñez, en 1966.
Lola y José Antonio, fruto de la gestión de viajes a aquellos almerienses que empezaban a aventurarse por el extranjero, consiguieron sacar adelante una familia, teniendo que pagar un alquiler a la sociedad del Gran Hotel por un local privilegiado cerca de los ferris del Puerto.
Fueron pasando los años, llegó el demiurgo Internet y con él, agencias virtuales, plataformas, portales especializados en la red como Atrápalo, Dreams o Rumbo y un extenso etcétera, que fueron socavando y minando el negocio de las agencias físicas. Hubo relevo generacional y Lola y José Antonio cedieron el negocio a sus hijos con la ilusión de que pudieran seguir adelante. Pero, como en tantos otros ejemplos en esta Almería nuestra, los hijos no fueron mejores que los padres, sino todo lo contrario. Y esa agencia aseada en beneficios, austera pero rentable, empezó a llenarse de reclamos a rotulador en las cristaleras, de anuncios de viajes paradisiacos a precios idílicos; empezó a poner el pan barato la agencia que habían heredado los hijos, a vender casi por debajo de coste para canibalizar nuevos clientes, dejando de pagar a proveedores, cogiendo dinero a cuenta de colombianos y ecuatorianos para sus viajes oceánicos, sin caer en algo tan básico como que ‘muchos ingresos no implica muchos beneficios’. Y el chambao que habían fundado los padres, Lola y José Antonio, se fue doblando con los hijos, como se dobla una palmera del Parque de delante cuando hace Poniente. Hasta ayer, que intervino la Policía Nacional deteniendo a los gestores tras dejar un pufo de 152.000 euros repartido entre 53 clientes estafados y engañados hasta el tuétano.