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Opinión

Conversación, adecuación y naturalidad

Conversación, adecuación y naturalidad

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La capa es una prenda de vestir que todos conocemos. El sayo es una casaca larga y hueca, sin botones, aunque el término se emplee para definir cualquier vestido. Se parte de estas dos prendas de diferente uso y confección para poner como ejemplo la libertad que uno tiene de componer con la extensa tela de su capa la prenda que quiera. De ahí, la frase «Hacer de su capa un sayo», que se emplea para indicar que uno ha de obrar según su parecer en asuntos de su propia incumbencia, en asuntos que a él solo le atañen. Sin embargo, este principio no es válido a la hora de emplear nuestra habla, pues de esta no se podrá hacer cualquier sayo, sino el que corresponda a la ocasión, o sea el adecuado a cada situación. De esto tratamos en algunas columnas anteriores.   
Una de las escenas más encantadoras de la obra  El amigo Manso, de Galdós, es cuando  Máximo, el protagonista,  está preparando su discurso de participación en una velada de la época, en la que poetas, músicos y oradores alternaban en el espectáculo. El personaje critica con acierto la falta de adecuación del habla empleada (que padece una cierta fiebre de erudición considerada ridícula) dado lo poco  propicio del lugar  (un salón nocturno) y del interlocutor (unas enjoyadas señoras más pendientes de otras partes de la velada que del discurso). Dice así: 

Librémosnos de ellas (las embriagueces de la erudición) mayormente en ciertos actos, y aprendamos el arte de llevar a cada sitio y a cada momento lo que sea propio de uno y de otro y encaje en ambos con maravillosa precisión.
   
Y es que el lugar, un salón nocturno, no era el más apropiado para tal tipo de manifestaciones orales; por eso,  recapacita el personaje galdosiano y defiende la conveniencia de practicar el arte  de llevar a cada sitio y en cada momento lo que sea propio de uno y de otro y encaje en ambos con maravillosa precisión. El utilizar el tipo de lengua que la situación (familiar, medio-formal, formal o muy formal) requiera es un don propio de quienes saben hablar. Es el libro de estilo que nuestra experiencia nos da  el que nos lleva a utilizar unas formas u otras, unas pronunciaciones más relajadas u otras; un léxico u otro o, incluso, una sintaxis u otra. Es sabido que la persona que habla bien tiene esta disponibilidad de elegir, pues domina varios registros; en cambio quienes hablan mal solo tienen uno, el menos formal, que, en la mayoría de los casos, utilizarán con dificultades. Recordemos que la adecuación es, junto con la corrección, la claridad y la eficacia, uno de los principios del bien hablar.
 Pero aquí queremos referirnos a otro tipo de inadecuación, pues, además de los errores más conocidos, que serán  los fonéticos, gramaticales o pragmáticos, hay otros yerros que también atentan contra el principio de adecuación y que podríamos denominar ‘errores de inadecuación lingüístico-social’. Todos ellos inciden negativamente en la interlocución. Entre estos, cabe citar el que nos ofrecen aquellas personas que hacen del coloquio su campo de autocomplacencia, privando, en consecuencia, dicho coloquio de sus características: afectividad, espontaneidad o credibilidad. Si las anteriormente aludidas deficiencias fonéticas, gramaticales y pragmáticas se dan en personas poco instruidas, estas segundas suelen darse en individuos poco naturales y muy preocupados por su imagen. 
¿Quién no tiene algún conocido cuyas intervenciones  en la conversación muestran un mayor interés por defender un determinado modelo que por responder de manera natural buscando la veracidad de sus respuestas? Esa falta de colaboración en el diálogo es una deficiencia que hace difícil y complicado el coloquio, al no haber adecuación, por artificiosidad, a un registro informal como es este. No hay libros de estilo  que hablen sobre las conversaciones, ni siquiera sobre otras manifestaciones del discurso oral. En el caso que nos ocupa, cada cual tiene su propio libro de estilo, y este tiene mucho que ver con el carácter de cada persona. Estas ‘deficiencias sociolingüísticas’ hacen que sus portavoces sean malos conversadores, so pena que el otro interlocutor se muestre como ellos y entre ambos exista, para soportarse, algún interés común. Solo en este caso, todo irá bien; cada cual pretenderá que sus respuestas sean las exigidas por el guión y su contacto se convertirá en un ejercicio de encantamiento e imaginación, con ausencia de credibilidad y de cualquier atisbo de espontaneidad. Justamente lo contrario de lo que ha de ser el coloquio. ¡Líbrenos Dios de personas tan veladas, incluso, a veces, tan sibilinas!


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