La Voz de Almeria

Opinión

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San Agustín decía que no todos los hombres malos pueden llegar a ser buenos, pero que no hay ningún hombre bueno que no haya sido malo alguna vez. Sin pretender corregir a tan santo varón, me gustaría matizar que, más que malos, los hombres buenos a veces se convierten en idiotas por intentar hacer el mal llevados de alguna poderosa razón.


Y eso les suele conducir a severos padecimientos porque, como decía Clint Eastwood en “El bueno, el feo y el malo”, “Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas”. Fijémonos en una reciente noticia que revela hasta qué punto es frágil la frontera que separa al malo del idiota. Les hablo de los tipos que hace unos días decidieron robar un cajero automático en Venta Gaspar. Pues bien, a la hora de dar el golpe decidieron que el mejor modo de limpiar el contenido de la máquina era volarla. Así de simple.


Donde no llega una ganzúa llega siempre la dinamita, debieron pensar. Lo malo es que el petardazo suministrado fue tan intenso que lo único que consiguieron, además de despertar a los vecinos, fue quemar los billetes con los que estaba cargada la máquina. Criaturicas.


Pero si piensan que estos dinamiteros están a la cabeza de la torpeza delictiva almeriense, se equivocan. La cúspide de la idiotez criminal almeriense la ocupa el irreflexivo narcotraficante que hace unos meses dibujó con un spray de pintura en el suelo de un parque de Aguadulce el plano para dirigir a eventuales clientes a comprar “porros buenos y baratos” (sic.) añadiendo su número de teléfono y hasta su apodo: la autoinculpación como fórmula de marketing. Dios odia a los idiotas, sí, pero la Guardia Civil los adora.


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