La Voz de Almeria

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El cargo y el hombre y el hombre y el cargo. ¿Qué le debe un hombre al cargo que detenta? Y puestos a invertir la pregunta; ¿Qué le debe el cargo al hombre que lo ocupa?


Sí a los hombres nos bastara con ser quienes realmente somos, no habríamos desarrollado ningún orden social o político, quedaría  prorrogada nuestra idílica residencia en el paraíso y este destierro eterno hasta un mundo organizado, que necesita la definición del poder como primera obligación y el encargo de su ejecución como consecuencia inmediata, tendría que haber esperado unos cuantos miles de años aún.


¿No sería una disfunción inimaginable, que un Consejo de Ministros tuviera lugar en medio del mismo paraíso? El Edén es el espacio, no sólo de una tierra generosa que provee al hombre y colma sus necesidades, también es el lugar donde habita la conciencia perfecta, que no es otra cosa que la ausencia de conciencia. Nuestra individualidad consciente esta agregada, disuelta en una conciencia universal y divina, que no necesita de Directores Generales, ni Secretarios de Estado, Presidentes y otras zarandajas.


Roger Tasman,  fue el Ministro de Asuntos Indígenas, en el primer gobierno tras la independencia de la Isla de Tangay. El Rey en persona le había encargado, que conociera de cerca las tribus que habitan algunas de los atolones más remotos. Reunió a sus consejeros y les refirió los deseos del Soberano, su interés por cumplirlo bien y estar a la altura de los nuevos proyectos que exige la nación.


La Isla Toki al sudeste de Tangay, montañosa y de origen volcánico, atravesada por ríos caudalosos y repleta de cascadas , con 176 kilómetros de longitud, pérdida en medio del Océano Pacífico  y habitada por descendientes de polinesios y ex convictos holandeses . Fue el lugar elegido, nadie sabía casi nada de aquellas gentes desde hace varios lustros.


A cuatros días de navegación desde la capital, el Ministro y su exiguo sequito desembarcaron en una playa oscura al lado de los acantilados. El Señor Tasman, no sabía si presentarse vestido con la solemnidad que requiere su cargo o dar una nota informal con un aire de explorador despistado. Las disquisiciones sobre su vestuario y su nombramiento oficial, en un papel dorado y con el sello real, no los libraron del ser el plato principal, junto al Viceministro y a los tres soldados de la Guardia Real, del festín que los habitantes de la Isla de Toki se dieron aquella misma noche. La falta de caza y la necesidad de proteínas cárnicas marcó su suerte y aquellos hombres y sus cargos, fueron cocinados según la tradición: poco hechos y con mucho picante.


Al traductor que viajaba con ellos lo perdonaron por conocer su lengua, lo dejaron vivir en su paraíso. Con el tiempo llegó a sumo sacerdote y no le importó comer la carne de otros viajeros incautos, que profanaron el suelo sagrado de la Isla de Toki, el último paraíso sobre la faz de la Tierra.


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