¿Merece la pena hacer Primarias?
La absurda moda de importar y copiar cosas ajenas a nuestro ecosistema emocional acabará convirtiendo a España -si es que no lo es ya- en uno de los países más idiotizados del hemisferio norte. Y es que la pulsión mimética no se ha quedado sólo en las festividades y celebraciones más extravagantes, sino en cuestiones más serias, como por ejemplo el sistema de elecciones primarias.
En España hemos adolecido tradicionalmente de un discurso normalizador de la derrota y hemos despreciado el espíritu deportivo del juego limpio para convertirlo todo o casi todo en cuestión de vida o muerte. Perder ante un enemigo extranjero es doloroso, sí, pero no tanto como ser derrotado por un paisano o por un compañero, ya que eso multiplica el padecimiento. Por lo tanto, no cabe esperar que una facción perdedora en un proceso de primarias asuma la situación con la leal deportividad del que se sabe en un mismo equipo, sino que se acumularán rencores insatisfechos y se incubará la semilla de la venganza contra aquellos que osaron no asumir nuestros postulados. Y esto no es ni bueno, ni malo.
Es una simple secuencia descriptiva de un modo de ser impermeable a gustos y modas ajenas. Y la mejor prueba de que este procedimiento se ha convertido ya en una inconveniencia es que quienes más lo aplauden y jalean son los primeros en sortear -cada vez con menos apuro- las reglas del juego que ellos mismos establecieron. Y todo ello sin que nadie mude el color de su cara o tuerza el gesto, haciendo de la impostura un movimiento coral que ya no sorprende, ni tampoco abochorna. Escribo estas líneas después de escuchar en la Cadena SER al candidato ganador de las primarias en el PSOE almeriense mostrando su enorme satisfacción por haber sido laminado por el aparato del partido, que se había pasado así el proceso de las primarias por ahí donde no escribo y ustedes imaginan. ¿Merece la pena escenificar un proceso participativo para que al final vuelva el dedazo que nunca se fue?