Es bien sabido que la claudicación y la rendición preventiva son siempre malos negocios. De los hemiciclos a los tablaos, todo el mundo sabe que quien se humilla tratando de evitar un mal mayor no sólo acaba mal, sino que además acaba pagando el peaje de un retrato infame.

En 1938, cuando el pusilánime Premier Chamberlain acudió al Parlamento británico para defender el vergonzante acuerdo que las democracias europeas habían firmado en Múnich para apaciguar a Hitler, desde la bancada de la oposición, Winston Churchill sentenció: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra. Ya tenéis el deshonor y luego tendréis la guerra”. Pero no hace falta ponerse tan solemne. Atónito por las noticias que leo acerca de la aceptación del todavía Presidente Pedro Sánchez de las condiciones impuestas por los independentistas catalanes para prolongar, al precio que sea, su extravagante paso por Moncloa, no puedo dejar de recordar los famosos versos del gran Rafael de León en su romance “Así que quiero yo”, que cantó como nadie doña Concha Piquer: “Haré lo que se te antoje; lo que mande tu capricho. Que es mi corazón cometa y en tu mano está el ovillo”.

Y así es como tenemos al presidente Sánchez, dispuesto a rebajarse al traidor nivel de la felonía aceptando sentarse a negociar de igual a igual con un gobierno regional tomado por golpistas que además le imponen la humillación de incluir la figura de un mediador, como si nos encontrásemos en un alto el fuego entre dos facciones de república bananera. Va a ser difícil evaluar el daño que el Doctor Falcon está infringiendo a la democracia española con su irresponsable empeño de prolongar su aventura presidencial. Lo que va a resultar mucho más fácil de medir es el nivel de rechazo y descrédito que está generando para el PSOE, ocurrencia a ocurrencia, el pasajero del Falcon.

La respuesta la vamos a ver no el Trece de Mayo, que así era el título de la copla, sino trece días después, en las Elecciones Municipales del 26 de mayo.