La buena compañía
La buena compañía
Hace mucho que Nietzsche disertó sobre la compañía: -Yo necesito compañeros, pero compañeros vivos; no muertos y cadáveres que tenga que llevar a cuestas por donde vaya-. Quién no ha encontrado en su vida alguna de esas compañías, muertas o moribundas. La necesidad de Nietzsche se convierte entonces, más que nunca, en una propuesta inexcusablemente necesaria para la felicidad, el porvenir y el progreso del mundo. Fiodor Dostoievski escribió "Creo en la vida eterna en este mundo; hay momentos en que el tiempo se detiene de repente para dar lugar a la eternidad". Cuán cierto es esto: el mundo se detiene, cada día, cuantas veces lo deseemos, si lo deseamos de verdad. ¿Por qué no hacer del de hoy ese día? Un día en el que detener el mundo, en buena o excelente compañía, en una agradable conversación, en un atardecer, o un amanecer, o en un paseo por la orilla de la playa de las salinas del Cabo de Gata, sintiendo la brisa del mar en nuestro rostro y el chinorro bajo las plantas de los pies desnudos, tan vestidos a lo largo de estos meses de invierno. Hoy puede ser el mejor día para este vital propósito. En nuestra efímera existencia, bien nos vale elegir con acierto las mejores compañías. Y aprender, cada día, a valorarlas con más acierto. Entre las buenas compañías que frecuento, he recordado hoy a mi querida amiga Graciela mientras leía un artículo que publiqué en 2008 y que titulé "Graciela, uruguaya y española". Contaba en aquel artículo que había coincidido con ella y con Enrique desayunando en el Barea, donde volví a encontrarme con la esencia de las dos personas vitales y acreedoras de intensos recuerdos que había descubierto tiempo atrás, hermanadas por el amor y por la vida, de la que siempre me enseñaron. He recordado hoy con especial cariño aquel desayuno con Graciela y Enrique, uno de los fundadores del Partido Popular en Almería, cuyo carnet de afiliación exhibía con orgullo, un hombre cuya conversación fue siempre un regalo para el intelecto, un caballero entre los caballeros que nos dejó un año atrás y que habitará, para siempre, en este Mar Mediterráneo nuestro que tanto ama Graciela. Graciela y Enrique se conocieron en Uruguay. Ambos compartieron vivencias paralelas de la dictadura uruguaya sin haberlas transitado juntos: historias de animales, como la de una amiga de ella que puso de nombre a sus perras -Democracia- y -Libertad-, y las soltaba para poder gritar ambas palabras sin ser detenida; o la de un amigo de él, que llamó a su pájaro "Gilipollas" y le colocó el nombre en la anilla de su pata para, cuando pasaba un militar, soltarlo y exclamar tal vocablo. En aquel desayuno Graciela me contaba que ya era española, y orgullosa hablaba de cómo sentía esta patria, sin renunciar a la suya, y relataba con cierta tristeza que el momento tan anhelado de ser española -de derecho- de hecho lo era desde hacía tres años- había sido tan solo un acto administrativo y burocrático, y no un evento revestido de una inexcusable solemnidad. La funcionaria que había hecho a Graciela jurar que acataría la Constitución -pero no preguntó si la conocía- y que respetaría al Rey -pero no preguntó si sabía quién era o por qué- hizo aquella mañana lo que debía: seguir el protocolo. Pero una cosa es que lo hiciera bien y otra que hiciera lo correcto. Porque las cosas tienen el valor que les damos. Una nacionalidad, un país, un himno, tienen la importancia que entre todos queremos que tengan. Y es que, cuando los objetivos de la cámaras se apagan y las declaraciones de quienes nos acercan o nos alejan, según el caso, de ese sentimiento patriótico y de nuestro valor como nación, dejan de sonar en los altavoces de las emisoras, todo ese mundo deja paso a la realidad del día a día, esa realidad que entre todos construimos con actos como aquel, en el que a mi amiga Graciela le dieron, tras tres años de espera, su respetada nacionalidad española. Si ser español de nacimiento es importante, serlo por convicción y elección es aún más valorable: "En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida", decía García