Treinta años
Treinta años
La universidad almeriense ha celebrados estos días los treinta años de autonomía andaluza. Dentro de poco comenzará la campaña oficial de elecciones y es casi seguro que volverán los argumentos de entonces junto con los de ahora. Para mí no se trata solamente de dirimir quién será el nuevo presidente, si Arenas o Griñán, sino si triunfa el Gobierno Central frente al autonómico. La derecha en general no fue nunca muy amiga de la acción descentralizadora del poder. Si Suárez accedió "al café para todos" fue como una artimaña equilibrista para quitarle hierro a las nacionalidades históricas. El pueblo andaluz escribió una de las páginas más hermosas de su historia logrando frente a la oposición madrileña un techo autonómico de primera al mismo nivel que Cataluña o el País Vasco. De aquella contagiante alegría que acercaba el poder al ciudadano, tantos siglos ausente, han pasado ya treinta años. Y mal que les pese a algunos, Andalucía está hoy desconocida, pero tampoco podemos negar que el tiempo hunde hasta los más rocosos imperios. Esto es lo que deberá tener muy presente el electorado andaluz. Entregarle el poder a los herederos de aquellos que nunca quisieron la autonomía convirtiendo esta tierra en un cortijo de fin de semana para señoritos o seguir con un socialismo que parece haber perdido el empuje ético. Estamos viviendo un momento especial que a quienes no pertenecemos a ningún partido nos causa estupor. Es la lucha de la corrupción mutua. Da gusto que quien acusa esté libre de pecado, que nunca haya metido la mano en la caja, pero si viene precedido de un largo historial de podredumbre, debería darles pudor erigirse en campeones de la moralidad. No obstante el cambio puede ser radical o moderado. La pelota está en el tejado. Al buen criterio del andaluz senequista y sabio corresponde inclinar la balanza el 25 de marzo. ¿Treinta años son mucho o no son nada? ¿Es absolutamente necesario que gane la derecha en Andalucía? La solución muy pronto, más temprano que tarde.