Al doctor Diego Ramírez Soler en su jubilación
Amigo Diego, poniendo voz y palabra a los más de doscientos asistentes el 28 pasado a tu merecido homenaje tributado en la Terraza Carmona de Vera, te felicito por haber culminado tu utopía. Porque utopía fue en los difíciles años sesenta desplazarte a Granada a cursar estudios de Grado Medio. No satisfecho con ello elevaste tu mirada a las estrellas y quisiste alcanzar una meta –la ilusión de tu vida- más alta: estudiar Medicina.
Nacido en una familia trabajadora sin recursos para sufragarte Estudios Universitarios era empeño imposible a no ser que los simultanearas con el trabajo. Seis largos años de duro esfuerzo en la ciudad de las nieves perpetuas, soñando los cálidos amaneceres de tu Vera natal, te condujeron a coronar la cumbre de la segunda fase de tu soñada utopía: finalizar la Licenciatura en Medicina. Como los esforzados guerreros culminaste, ya en los años noventa, tu curriculum académico con una brillante Tesis Doctoral.
Dados tu perfil humano y técnico, y mi admiración por el poema “Retrato” de Antonio Machado me ha surgido espontáneamente parafrasearlo proyectándolo sobre la tercera fase de tu ansiada utopía: tu trayectoria vital y profesional.
Afortunadamente “recibiste la flecha que te asignó Cupido” y supiste elegir y compartir tu vida con María Victoria, excelente compañera, que te ayudó a culminar tu proyecto de vida y te regaló el tesoro más preciado para el ser humano: los hijos, tu Cristina, y los nietos.
Como convencido defensor de la Función Pública, siempre he admirado y valorado a quienes, como tú, la eligen vocacionalmente y con el propósito de servir a sus conciudadanos con toda la ilusión, dedicación y filantropía de que son capaces. Estos requisitos se hacen imprescindibles en servicios tan básicos como la atención médica, la transmisión de la cultura a través de la educación y la enseñanza, o los servicios sociales. Y este servicio en pro de la salud resulta aún más meritorio cuando como tú se desempeña no con el propósito de almacenar riqueza ni de brillar socialmente sino con humildad, esfuerzo y responsabilidad, con esmerada atención a todos pero especialmente a los más desfavorecidos.
¿Has sido –como se pregunta Machado- clásico o romántico? Como al poeta no te ha importado la respuesta. Has atesorado en tu vida los dos aspectos de esta dicotomía. Y como el poeta, también, nos puedes asegurar que en el ejercicio de tu actividad profesional: “al final nada os debo / debéisme cuanto he escrito”. En tu caso, trabajado.
Y al igual que el poeta deja el verso, tú abandonas el bisturí “famoso por la mano viril que lo blandiera”. Sí, porque has trabajado con gran profesionalidad y dedicación y, por demás, actualizando permanentemente tus conocimientos como corresponde a un profesional inquieto y responsable.
Pese a tus deseos, se ha impuesto la jubilación forzosa. Solo te resta por transitar la cuarta etapa de tu utopía, último tramo de tu vida, que yo te deseo extenso y feliz.
Como creyente puedes compartir con Machado que “quien habla solo espera hablar a Dios un día”. Ahora dispones de tiempo para, como él, practicar que “mi soliloquio es plática con ese buen amigo / que me enseñó el secreto de la filantropía”.
Satisfecho por el deber cumplido, puedes disfrutar en plenitud de tu jubilación porque –“Y al cabo, nada os debo”- pues durante tu vida laboral se han cumplido los últimos versos del poeta:
“A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Puedes estar satisfecho porque has devuelto a la sociedad con creces lo que ella te facilitó en su día: Finis coronat opus (el final compensa el esfuerzo).
Felicidades por el trabajo bien hecho. Ojalá tu ejemplo cunda entre los jóvenes porque has contribuido a conseguir una sociedad más justa, más solidaria, más humana.