La Voz de Almeria

Opinión

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Marcel  Proust ( 1913-1927) nos recuerda  cada año  el poder evocador de  aquella célebre magdalena  en su  inconmensurable novela  En busca del tiempo perdido. Y digo inconmensurable porque no hay nada más familiar  y ni más   evocador que la   familia navideña. 
No  es verdad que ahora no comamos dulces. Hoy tenemos   las dulcerías de  la abuela  y las  de ahora mismo,  las de aquí y las de los otros pueblos. Una tropa  de confiteros, cocineros y vendedores  de seducciones del  paladar  nos  hacen la vida más agradable   aunque  no todos los dulces tienen la virtud de hacernos  retroceder a los días de la infancia  y al mundo  aquel  que dejamos.
Es un fenómeno que solo ocurre con estas cosas antiguas que tuvieron protagonismos en nuestras   vidas. Nadie  que  no sea  un anacronismo viviente se compra un coche antiguo. Amamos  el progreso y los adelantos  técnicos que nos sacan del  atraso  de otros   años. Sin embargo no ocurre lo  mismo con las cosas de la niñez. Los dulces son nuestros recordadores  familiares , reproducen el mundo entrañable  de la abuelita tan denostada  por otra parte. Decir aquello de 'nada es como lo de antes'  no siempre es verdad. 
Lo que pasa es que lo de antes está hecho con la madeja sutil de nuestras  vivencias . 
Gabriel García Márquez compuso a base de olores, zumos y sabores del Caribe el mundo sumergido que aparece en su novela  El amor  en los tiempos del cólera.  Aquí,  a juicio de algunos   críticos,  el tiempo no es circular  como  en Cien años  de  soledad, sino vertical  y directo.  
Uno de los encantos , pues, de este tiempo navideño es que nos sumerge  a todos en el pasado  afectivo  haciéndonos olvidar, al menos por unos días, el vertiginoso torbellino   de la  vida diaria, esa que, quieras que no, te meten por los ojos los  medios  de comunicación  y las redes sociales. 
Por desgracia no basta que se vaya uno de vacaciones a lugares insospechados , inhóspitos, donde solo  se oyen ladridos de perros bajo la luna.  Al final  te encuentran las preocupaciones  del  alma  que rompen  los artesonados de las casas más herméticas,  como diría  Horacio. 
Vamos a ver  si comiendo dulces  entrañables,  ahora que el Gobierno quiere subir  el impuesto,  nos olvidamos por una temporada  de los males de  este país,  que no son pocos ni pequeños.


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