José Cruz López
Un hombre bueno
Rafael Jiménez Torres

Apareciste en mis sueños en una fría noche donde el crepitar de las estrellas anunciaban las historias que tanto deseas contar una y otra vez a todos nosotros. Tu revolver de pacificador descansa sobre viejas fotografías donde un joven imberbe recogía tomillo a destajo o apacentaba ganado en los tiempos del hambre. El fuego tantas veces aventado en el monte se convirtió en tu amigo en tus guardias de puesto o reclamo mientras el caballo se escondía de cualquier pistolero errante y un acordeón se convertía en su montura. Abro los ojos y las viejas películas del oeste que hemos compartido se desvanecen. Ahora eres olivo. Tus fuertes y nudosas manos acarician la tierra dibujando la vida haciendo florecer el fruto y una promesa de amor que nos has regalado día a día. Sigo despierto. No hay tiempo sino recuerdo. La lluvia vence a la sequía, el dolor que sentimos hoy será parte de la felicidad del mañana. Las señales me llevan a ti. Cada piedra, del camino, cada rama curada del almendro amigo, cada animal que fue acariciado por la ternura de tus manos. Señales de un mapa de un corazón libre que no dejará de latir porque tu vida hora está en nosotros, vive en nosotros ahora y por siempre.