Julio Béjar: “Me siento un palabrista, un charlatán”

Su abuela le inculcó el amor por el teatro. ‘La venganza de Don Mendo’ fue la primera obra que interpretó y Macbeth ese personaje al que siempre ha deseado dar vida. Filólog

Julio Béjar da cuenta de la tapa de chipirones en el Entre Mares del centro.
Julio Béjar da cuenta de la tapa de chipirones en el Entre Mares del centro.
Marta Rodríguez
12:04 • 05 sept. 2014

Tiene uno de esos rostros de galán de cine tan atemporal que podría aparecer lo mismo en un clásico del blanco y negro que en la última comedia disparatada de Woody Allen. Julio Béjar (Almería, 1987) soñó con ser actor siendo todavía un niño. Incluso mucho antes de ser consciente de ello.




Cada Navidad, su abuela desembarcaba en su casa del Zapillo como “un teatro andante” o “una enciclopedia”. Petra Sánchez contaba su historia a su nieto. La de la actriz que triunfó en el Madrid de los años 30, antes de que su marido, el abuelo de Julio, fuera encarcelado por militar en el partido comunista y ella se quedase sin carrera.  




“Nunca la vi actuar, pero cuando íbamos a visitarla me sacaba los recortes de prensa de la época, amarillentos y con la tinta fosilizada. No debía ser mala actriz porque yo la conocí con 70 años y aún declamaba las obras que había interpretado con 20”, confiesa. 




La fascinación por el teatro, y por el universo que le describía su abuela, permaneció escondida hasta que un día en el instituto se encontró con un cartel que anunciaba que se buscaban actores para montar ‘La venganza de Don Mendo’ (“la mejor comedia que se ha escrito en lengua castellana”), de Pedro Muñoz Seca. Por supuesto, le dieron el papel de Mendo, aunque le quedó la espinita de que su abuela ya no pudiera verlo.




Julio Béjar fue uno de esos adolescentes dubitativos al que el mundo le gritó que si estudiaba teatro, iba a morirse de hambre, que trabajaría mucho en agosto, pero tendría el calendario vacío en enero y febrero. 




Su otra pasión era la arquitectura, algo que había despertado en él su padre cuando a temprana edad le prestó un libro del profesor alemán Ernst Neufert. “Era un tochazo en el que sólo había dibujitos de casas y letras. Mi padre dice que es el primer libro que me leí en mi vida”, cuenta divertido.




Descartado Arte Dramático, descartó también Arquitectura porque debía irse a estudiar a Sevilla o Madrid y sus padres no podían permitírselo. Entonces el mundo le gritó que eligiera una carrera con salida, Empresariales. Y lo hizo, pero no le gustó en absoluto. Así llegó a Filología Hispánica y después al Aula de Teatro de la Universidad de Almería y de ahí a una compañía profesional, La Duda, con la que aún colabora.




Vocación desbordada
“Las vocaciones son como un río, aunque las quieras encerrar entre dos orillas, acaban desbordándose y llegando al mar”, expresa el actor que ha elegido desarrollar este ‘De tapas con’ en el Entre Mares de la calle de Las Tiendas.


Antes de convertirse en un habitual del panorama cultural almeriense, Julio Béjar vivió varios años en Francia, primero en Grenoble como Erasmus y luego en Lyon como profesor de español. “Me enamoró tanto Lyon, y en especial una de sus habitantes [ahora su pareja, la artista plástica Caroline Muller], que me quedé a hacer un máster allí”, relata con picardía.


Precisamente con ella y con otros artistas ultima la puesta en marcha en Almería de un colectivo escénico que se llamará La Confluencia. Su primer espectáculo es ‘Mudanzas’, basado en el poemario del propio Béjar ‘Manual de uso para mudanzas’ (Ediciones en Huida, 2013). “Nos une el hecho de que nuestra pasión por el teatro es al mismo tiempo nuestra liberación y nuestra condena”, dice.


Julio Béjar no se considera ni actor ni poeta. O se considera las dos cosas por igual. “Me siento un palabrista o un palabrero, un charlatán. O lo que los griegos llamaban ‘aedo’ para referirse al que escribía e interpretaba su propios textos”, matiza.


Amante desmedido de Shakespeare, Macbeth es ese papel que siempre ha deseado interpretar. A su juicio, la irrupción de las salas La Guajira, Clasijazz y La Oficina le ha insuflado oxígeno a la ciudad. “Ahora sólo falta que se cree una escuela de interpretación para que exista una formación estable. Almería tiene esa deuda con sus ‘teatreros”.



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