Adiós a Isabel la del Cuartico, la nieta del capataz de Luis Siret

Nació en el Real de Antas y fue tendera de ultramarinos en Garrucha

Isabel fue muy carnavalera, aquí disfrazada de Lina Morgan.
Isabel fue muy carnavalera, aquí disfrazada de Lina Morgan.
Manuel León
20:10 • 15 dic. 2022

Se ha ido Isabel Flores Garrido (Antas, 1932-Garrucha, 2022) después de una vida plena y con el regocijo de haber conseguido una calle en Antas para su abuelo. Pocas nietas hicieron en vida tanta profesión de fe por un antepasado como esta mujer que vivió fraccionada entre Antas y Garrucha. Su abuelo fue Pedro Flores, el capataz del arqueólogo Luis Siret, que pasó por el mundo inadvertido, a pesar de ser uno de los descubridores de las tumbas del hombre primitivo en el Argar. Sus cuadernos con anotaciones rigurosas y dibujos deliciosos reposan en anaqueles del Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Fue el tío Pedro un auténtico zahorí de arcanos y con sus manos ayudó a Siret -como un Sancho escudero de Quijote- a desenterrar muchos de los vestigios de ese territorio donde el hombre aprendió por primera vez a organizarse en comunidad. El Ayuntamiento de Antas acordó dedicar una pequeña calle a ese campesino ilustrado gracias al empuje de esta Isabel que se acaba de ir de una insuficiencia pulmonar.



Isabel, hija de Cayetano Flores, se crió en El Real de Antas, al lado de la tienda de comestibles de José Pérez García, germen de lo que es ahora el Restaurante bar Mi casa que impulsó su yerno Gabriel Carretero. Al lado tenía también la sombra del acueducto y el aroma a azahar de los naranjos infinitos de los Giménez. Isabel ayudaba en el cortijo del Salmerón donde la familia tenía un puesto de higos y algarrobas y donde vendían también gallinas y conejos, tras volver el padre de tres años de emigración en Sevilla. De niña recordaba haber visto con sus ojos entrar a las tropa de Franco  por El Real en 1939 lanzando chuscos de pan blanco.



Ya de moza Isabel se echó de novio a Frasquito Alonso Casquet y se escaparon una madrugada en bicicleta para poder casarse. Decidieron trasladarse a Garrucha y allí alquilaron un cuarto junto a la posada La Campana, donde pusieron un mostrador y una estantería y empezaron a vender pan y aceite de estraperlo que Frasquito traía de madrugada de Puerto Lumbreras. Una vez le pillaron con un pellejo de vino de contrabando y lo tuvieron tres días en el calabozo. Isabel la del Cuartico vivió como tendera de ultramarinos todo aquel tiempo del papel de estraza y de las papeletas del fiado que colocaba en un gancho de alambre. En esa época de penurias era rara la familia que no tenía una deuda de azúcar o de harina plasmada en uno de esos garfios que Isabel colgaba para que a nadie se le olvidara la deuda.



Cerca estaba la primitiva plaza de las verduras de Garrucha con sus barracones donde vendían leña, tabaco o naranjas, entre otros, Alejo Alías, Trinidad la Lena, José el Santero y más abajo  la taberna de Alonso el del vino. Pasaron los años e Isabel se fue con Frasquito a trabajar a Francia y Luxemburgo. Allí les pilló la bomba de Palomares, creyendo que Almería entera había desaparecido del mapa. Volvieron a Garrucha y se avecindaron en la calle Ancha donde abrió una tienda de tejidos. Allí han ido viviendo los últimos años de su vida, Isabel y Frasquito, hasta que ella quedó viuda hace tres años, rindiendo homenaje a su antepasado, llamando al Ayuntamiento y preguntando: ¿Cuándo le pondrán la calle a mi abuelo?







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