Los barrios que nacieron junto al tren

Los vecinos estaban tan habituados al ruido de los trenes que no notaban las casas estremecerse

Un grupo de vecinos, cerca del paso a nivel de la Carrera del Mami en Los Molinos cuando era habitual hacer excursiones.
Un grupo de vecinos, cerca del paso a nivel de la Carrera del Mami en Los Molinos cuando era habitual hacer excursiones.
Eduardo de Vicente
22:11 • 07 feb. 2024

Los vecinos de las casas de Gachas Colorás, el pequeño barrio que aparecía en el camino hacia el Matadero, estaban tan habituados al ruido del tren que no se inmutaban cuando al pasar el Automotor de Granada las lámparas se estremecían y el suelo crujía como si la tierra se estuviera abriendo debajo. Si se asomaban a las ventanas y estiraban los brazos rozaban el polvo que iban dejando los vagones cuando pasaban cargados de mineral. En los tiempos difíciles, cuando el rastro del mineral iba marcando el camino, tenían que cerrar las cristaleras para que el polvo no se metiera hasta la cocina y recoger la ropa recién lavada que tenían tendida en la puerta. 



Almería tenía sus barrios del tren, grupos de casas que habían crecido junto a las vías que formaban parte de ese universo que fue creando el ferrocarril desde finales del siglo XIX. El primer barrio del tren era el de las Almadrabillas, alrededor de la casa de María Ruiz, la mujer que se encargaba de bajar y levantar la barrera cuando los vagones iban hacia el puerto.  La guardabarreras habitaba una casa pequeña de planta baja con un corral más grande que la vivienda, donde criaba gallinas, cerdos, pavos y conejos, y un patio enorme con un grifo de agua potable y dos pilas para lavar. María se sabía de memoria el nombre de todos los trenes y las horas de paso, cómo se llamaban los maquinistas y la vida de cada uno de ellos. 



Otra barriada que nació mirando a las vías fue el Tagarete. Cuando en los años de la posguerra el lugar estaba rodeado de descampados, los niños se entretenían haciendo incursiones a la estación y jugaban a adivinar de dónde venía cada tren. Al otro lado de las vías, en el camino de Sierra Alhamilla, se levantó otro barrio ferroviario que fue conocido como las casas de Renfe, con cuarenta viviendas destinadas a empleados del ferrocarril. En su día, cuando se construyeron, se consideraron un lujo porque para la mayoría de las familias que se instalaron en ellas suponía un paso adelante importante. Dejaban atrás sus pequeñas casas  llenas de humedad para vivir en pisos con  dormitorios individuales y cuarto de baño con bañera y ducha, todo un adelanto para la época. 



Después de dejar atrás las casas de Renfe aparecía por fin el poblado de Gachas Colorás, donde la familia Plaza Oña se encargaba del paso a nivel. Vivían tan pegados a la via que cuando pasaba el Correo las bombillas del techo empezaban a temblar y el ruido asustaba a los pájaros y ponía nerviosas a las gallinas.  Cuando iba a llegar el tren, los niños salían a recibirlo a las veredas  y colocaban sobre la vía pequeñas figuras de alambre  que eran aplastadas sin piedad por las ruedas del convoy. Cuando llegaba el tren, el paso a nivel de Gachas Colorás se cerraba para cortar el camino que unía la Carretera de Sierra Alhamilla con la Avenida de Montserrat y la vida parecía detenerse durante un instante, en ese minuto en el  que solo reinaba el ruido profundo y penetrante de aquel gigante de hierro y madera que llevaba y traía la vida a la ciudad.



El paso a nivel de Los Molinos era el siguiente después de la barriada de Gachas Colorás. Estaba situado enfrente del camino principal que iba al Ingenio. Desde allí se veían los tejados de la antigua fábrica de azúcar, que en los años setenta sobrevivía convertida en una fábrica de productos químicos. Allí, ocupando uno de los edificios que habían quedado vacíos cuando el Ingenio dejó de producir, estaba ubicado el cuartel de la Guardia Civil de Los Molinos, que estuvo ligado al barrio desde su instalación en 1906. Una imagen habitual hasta los años setenta del pasado siglo, era ver a la pareja de guardia de la benemérita rondando aquellos parajes y deteniéndose junto a la barrera del paso a nivel para echar un rato de conversación.



La ruta de los barrios del tren en la ciudad se completaba con las casas del paso a nivel de la Carrera del Mami, frente al  Cortijo de Puche y con el paso a nivel de la Obra Pía, que aparecía frente al río Andarax, en el límite con Huércal.





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