El Kiosco Amalia pierde a Antonio Carreño, su dueño durante medio siglo

Será despedido con una misa este miércoles a las 11 horas en la parroquia de Santiago Apóstol

Antonio Carreño Palenzuela, con el Premio Almería que LA VOZ le otorgó en 2019.
Antonio Carreño Palenzuela, con el Premio Almería que LA VOZ le otorgó en 2019. Juan Sánchez
Evaristo Martínez
19:50 • 10 oct. 2023 / actualizado a las 20:18 • 10 oct. 2023

Antonio Carreño Palenzuela, dueño del Kiosco Amalia durante más de medio siglo, ha fallecido a los 83 años de edad. Este miércoles, a las 11 horas, será despedido con una misa 'corpore insepulto' en la parroquia de Santiago Apóstol. 



Fundado en 1889, y conocido por sus americanos, jábegas, quemaíllos y otras especialidades, el Amalia, en plena Puerta de Purchena, es toda una institución de la hostelería almeriense. Desde 2007 al frente del negocio estaba su hijo, Antonio Carreño del Águila, aunque el desaparecido empresario se dejaba ver por allí con cierta frecuencia.



En el año 2019, LA VOZ entregó a Antonio Carreño Palenzuela uno de sus Premios Almería coincidiendo con el 80 aniversario del periódico. El homenajeado subió al escenario en silla de ruedas, pero no pudo dirigirse al público reunido en el Auditorio Maestro Padilla para agradecer el reconocimiento. 



Sí lo hizo su hijo, quien dijo de su padre que durante toda su vida había trabajado "incansablemente" con la "única ambición" de ser cada día "un mejor trabajador, un mejor esposo, mejor padre y un mejor abuelo", por lo que todos los suyos le estaban "eternamente agradecidos".



Una vida entregada a un negocio que es algo más que un quiosco donde tomar un café. Es un icono de la ciudad, punto de encuentro para amigos y familiares, escenario donde se han dirimido porras electorales y lugar de peregrinaje obligado para los visitantes (con el reclamo de la receta, tan bien guardada, del americano, que incluso ha inspirado canciones).



No siempre fue sencillo. "Ha sabido crecer en los momentos difíciles por los que ha pasado con el apoyo de todos sus amigos y familiares”, recordaba su hijo en diciembre de 2019 cuando LA VOZ le premió. "Todo el mundo tiene en su familia un hijo ejemplar. En este caso a nosotros nos ha tocado un padre ejemplar”, expresó Carreño del Águila.



En aquella emotiva noche, el dueño del Amalia estuvo acompañado de su mujer, Virginia del Águila, de sus hijos, Antonio y Virginia, por su nuera, Mª Inés Díaz, y sus nietas Virginia Ardid y Mª del Mar Carreño.



Ese mismo 2019 entregó al quiosco un reconocimiento por ser, junto a La Dulce Alianza, un local centenario convertido en "patrimonio de la ciudad".


El origen del Amalia

La historia del Kiosco Amalia se remonta a 1889, cuando Amalia Fenoy Plaza empezó a vencer frutos secos y turrón, que ella misma elaboraba, en un carro frente a la farmacia de la Puerta de Purchena.


En los años veinte, el negocio cambió de ubicación y se instaló enfrente, junto a una parada de carros de madera que se alquilaban para hacer portes, recordaba Eduardo D. Vicente en las páginas de LA VOZ en noviembre de 2008.


A Amalia la sucedió su hijo Antonio Carreño Fenoy, que junto a su esposa, Isabel Palenzuela, fueron los encargados de modernizar el viejo quiosco y darle otra orientación. Los padres del empresario fallecido transformaron el negocio y se adaptaron a los tiempos hasta convertirlo en la emblemática y singular cafetería que hoy es


Tal y como contaba en una entrevista concedida a este periódico en 2004, Antonio Carreño Palenzuela se hizo cargo del quiosco en 1964 tras acabar el servicio militar, aunque desde niño ya andaba por allí. Entonces, además de seguir despachando cafés y bebidas, aún vendían frutos secos y turrones que se seguían elaborando en la calle Regocijos como cuando su abuela Amalia comenzó con el negocio que bautizó con su nombre.


"Recuerdo que en los años sesenta estaban abiertos todos los cafés del Paseo hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Mi vida ha sido la noche y me gusta. Yo cierro a las dos y media de la madrugada y a esa hora viene buena gente. Siempre son conocidos, gente que ha tenido alguna fiesta o reunión y cierran la noche en el quiosco y ahí está Antonio para servirles el ponche pasaíllo, el americano o el quemaíllo. Incluso algunas compañías de teatro cuando acaban sus representaciones vienen buscando algo que comer y siempre les preparo algo", detallaba.


En esta misma conversación, el hostelero expresaba su deseo de que el Amalia "no cerrara nunca". "Estoy muy orgulloso de mi pequeño negocio y espero lo continúen mis nietos que pasan por aquí todos los días a ver a su padre y a su abuelo", manifestó.


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