La regadora: sus críticos y sus seguidores

Todos los ayuntamientos tenían su coche-cuba para regar las calles, las fachadas...

La regadora en la Plaza de Toros de Berja, 1967. Sobre el camión tumbaban los bidones para que el agua se colara entra la ranura y mojara la tierra.
La regadora en la Plaza de Toros de Berja, 1967. Sobre el camión tumbaban los bidones para que el agua se colara entra la ranura y mojara la tierra.
Eduardo de Vicente
09:00 • 23 mar. 2023

La regadora nunca pasaba a gusto de todos y era uno de los servicios municipales que más polémica desataba en la ciudad allá por los años sesenta y setenta. 



La regadora tenía sus críticos y también sus seguidores. Todo el mundo coincidía en que prestaba un servicio imprescindible, teniendo en cuenta que vivíamos en una ciudad que arrastraba todavía grandes carencias urbanísticas y que conservaba un amplio entramado de calles donde aún no había llegado el progreso del asfalto y en algunos casos, no se conocía todavía el milagro del alcantarillado.



Almería sufría períodos de largas sequías. Llovía poco y estábamos expuestos continuamente a la acción de los vientos: si no soplaba el poniente lo hacía el levante, por lo que era raro el día que no nos levantábamos mirando para dónde se movía la ropa tendida de los terraos, que además de nuestras banderas eran también nuestras veletas particulares. 



Llovía poco y soplaba el viento sin descanso en una ciudad donde las calles de tierra eran mayoría y donde el servicio de limpieza consistía en el barrendero que con una humilde escoba, un recogedor y una regadera de mano pasaba todos los días desde las seis de la mañana. 



En verano, cuando el viento reinante era el de levante, con su carga de polvo y calor, el ambiente se hacía irrespirable y la tierra se convertía en polvareda que penetraba hasta el fondo de las casas y dejaba su rastro por todos los rincones. En los barrios que estaban próximos al embarcadero de mineral de la playa y a la Celulosa, el problema se multiplicaba por dos, ya que al polvo secular de nuestra atmósfera había que añadir la capa rojiza que dejaba el mineral de hierro y el olor fatídico de la fábrica de papel.



En este contexto, el servicio de la regadora municipal era fundamental para contrarrestar el polvo y aliviar la sensación de calor que sobre todo por la tarde, se respiraba en las calles donde había estado pegando el sol durante  todo el día. El coche-cuba era nuestro aliado, pero también llegó a convertirse en un enemigo para los vecinos que tenían que sufrir sus excesos. La historia de aquellos años está repleta de quejas vecinales, de cartas al director en el periódico donde los lectores se quejaban amargamente de que la regadora les empapaba la fachada todas las tardes y les metía el agua por debajo de la puerta hasta el comedor, o de que les bañaba el coche recién lavado, dejándoles una capa de polvo y humedad en la carrocería. A veces, el alarde de potencia del encargado desataba las enérgicas protestas de la vecindad.



La regadora tenía sus detractores permanentes, pero también tenía sus hinchas incondicionales, los niños que todas las tardes aguardábamos su presencia para declarar el estado de fiesta. Ardían las calles en la hoguera de las tardes de julio, en esos minutos fatídicos de la siesta, a veces horas interminables en las que la vida de la ciudad se desvanecía asfixiada por la calima. Las calles se llenaban de silencios extraños y Almería parecía uno de esos poblados fantasmas que veíamos en las películas del Oeste, por donde sólo pasaba el viento y algún forastero buscando la cantina. 



Nuestra infancia estaba llena de siestas agotadoras, de horas eternas sin un alma en la calle, hasta que por fin, escuchábamos a lo lejos el inconfundible sonido del camión de la Regadora. Detrás del viejo camión siempre iba una tropa de niños que jugaba a mojarse o a subirse a hurtadillas en la parte trasera aprovechando un descuido del conductor. Otros la esperábamos en las aceras, con nuestras sandalias de goma, para que nos lavara los pies con su chorro de tres velocidades. 


Para muchos, la Regadora, aquel camión cisterna que venía del parque de bomberos, fue lo más parecido a una ducha que conocimos en los primeros años de nuestra infancia. “Dale fuerza”, le gritábamos al conductor, que si estaba de buen humor aquella tarde atendía nuestra petición y nos enchufaba sobre los cuerpos el chorro más caudaloso que tenía en el cuadro de mandos.



Temas relacionados

para ti

en destaque