Cuando Ulpiano Díaz se come a Las Cuatro Calles

El ocio nocturno se desplaza a los nuevos locales ungidos en la circunvalación del Mercado

Jóvenes disfrutando del ocio nocturno en una de las terrazas que han surgido junto a la Plaza del Mercado.
Jóvenes disfrutando del ocio nocturno en una de las terrazas que han surgido junto a la Plaza del Mercado.
Manuel León
09:05 • 11 ene. 2022 / actualizado a las 10:35 • 11 ene. 2022

En el mismo entorno donde Ulpiano Díaz, el célebre apoderado taurino, salía de madrugada a pasear con su capa española, medran ahora, como una buganvilla gigante, locales de  copas que se han apoderado del protagonismo del ocio nocturno en la capital almeriense. 



Estas fiestas de Navidad han sido las de la confirmación de la Circunvalación de la Plaza del Mercado como epicentro del ambiente de pubs y terrazas desde la tarde hasta la madrugada, hurtando protagonismo a los tradicionales bares de la zona de Las Cuatro Calles. El tiempo y los fines de semana que están por venir dirán si este éxito arrollador de la Circunvalación consagrada a Ulpiano Díaz es  una moda pasajera -como todas las modas- o si es un punto de inflexión que marcará tendencia duradera.



Lo que sí es evidente es que los hosteleros del Mercado han lanzando un órdago en el ambiente nocturno del centro de la capital y, de momento, lo van ganando y aún quedan locales libres en esa U invertida por repoblar. Se apoyan, para esta óptima aceptación, en la instalación de unos recintos modernos en un entorno antiguo convenientemente aseado, pulido, pero conservando los elementos arquitectónicos de siempre, en ese histórico pasaje donde brotaron antiguamente los frondosos Jardines de Orozco. Todo es nuevo, en ese espacio, desde las maderas del suelo, hasta los anaqueles de la pared, desde los espejos tallados  a los marcos labrados de las puertas, desde las estufas de bronce de la calle hasta las sillas elevadas de diseño.



Por contra, la zona de las Cuatro calles, de la Plaza Masnou, Eduardo Pérez, Real, Trajano y todo ese entorno viene languideciendo desde hace años, asaeteado por un perímetro urbano muy descuidado de limpieza, con esquinas colonizadas por ríos de orines que se han cronificado y por edificios sobrevolados por sucias palomas que se caen abajo como si fuera Damasco bajo las bombas turcas: en la calle Eduardo Pérez, se siluetea desde hace años -sin que se le caiga a nadie la cara de vergüenza- una fachada apuntalada, vaciada por dentro, la de la antigua redacción de La Independencia, junto a la Casa del Mayorazgo, que no es de recibo, que amenaza a la clientela del Vértice. Al igual que otras en el entorno de la calle Trajano, enfrente de donde estuvieron los antiguos pubs Capitán Nemo o Maravillas.



Mientras que en esa zona de Las Cuatro Calles, todo (o casi todo) es cochambroso, en el nuevo abrevadero noctámbulo junto al Mercado, todo brilla. Es el caso de nuevos locales como el Santa Madonna, regentado por los Hermanos Laynez, con terraza en la puerta con lista de espera algunos días de estas pasadas fiestas; a su lado, junto a la tienda Don Pipo, el Plaza Market, también especializado en tardeo, copas y brunch de mediodía; le sigue el bar El Tomate, del empresario Pablo López Egea (Patio de Vecinas y El Rinconcillo) donde tenía casa y despacho el representante de la Casa Chopera en Almería, el bibliófilo Antonio Moreno Martín y el erudito Juan Antonio Martínez de Castro, que da nombre a la calle colindante. 



El tomate ha mantenido el antiguo letrero de Spar y las vigas de madera del anterior negocio dedicado a los comestibles que dirigía José González Ros; el Camerino, más hacia Obispo Orbera, lo regenta Kuver Producciones, donde estuvo la tienda de fotos Jorge; al otro lado de esta nueva Milla de Oro ha conseguido llenar todos estos días y noches navideñas, La Sixtina, con doble local y azotea- con la calle de Juan Leal y el Quinto Toro de por medio-  dirigido por los propietarios de La Consentida, en la Plaza Antonio González Egea. Casi todos los propietarios de estos nuevos establecimientos tienen también negocios en el centro histórico, tienen sus huevos en distintos canastos, por lo tanto no parecen sospechosos de querer atraer el ambiente de la noche en exclusiva hacia esa circunvalación de la Plaza. 



Juega a favor de este nueva zona de ocio nocturno, además de su pulcritud -por ahora- el hecho de estar protegida, como si hiciera menos frío y viento a la sombra de la obra de Trinidad Cuartara, donde antes solo reinaba la soledad en cuanto caía la tarde y desaparecía el fragor de las compras en el Mercado. Todo es nuevo en esta circunvalación antigua, hasta la clientela parece recién sacada de un Parque Temático, donde, como en El Show de Truman, todo aparentemente es perfecto, donde no hay charcos de orín en las esquinas, donde parece que siempre pasa por delante la misma chica con la falda verde, donde parece que siempre es el mismo señor el que se toma el mismo vermú.



Esa joven burguesía almeriense
Frente al discreto encanto de esa nueva burguesía almeriense -digna de una crónica de Capote o de un capítulo de Marsé- que se solazaba esta últimas tardes de Nochebuena o Nochevieja en alguna de esas terracitas de Ulpiano Díaz, la zona de Las Cuatro Calles seguía infectada de suciedad, de litronas, de restos de comida sobresaliendo de los contenedores, como en los tiempos del Pedra Forca  con sus bravas y Minis, en la Plaza Masnou (el antiguo Lugarico de prostíbulos y tabernas) donde daba servicio alguna fonda como la de José Tarifa.


Después de toda esa memoria legendaria de pubs como Cartabón o Metropolitan o Anagrama o Trophy, en los contornos, aún resisten poco más de media docena de pubs (también cerró 5 Mentarios y el Vhada donde pinchaba música el histórico Cidrón o el bar Lupión). Queda por allí  ahora el Demodé (Sube y baja), La Mala,  el Porrón, el Alambique. Y en Eduardo Pérez, La Parada -junto a la peluquería de Serafín- el Vértice, el Rincón del Vago y más arriba, enfrente de las monjas que hacen bocadillos a los pobres donde nació Perceval, el Bombo, haciendo ya de fielato de La Catedral. Poco bagaje para lo que fue esa zona populosa, ese santuario del JB, del Larios Cola, después de las tapas de La Charca o el Portillo y antes de las hamburguesas del Goloso o los bocadillos del Moya, donde las noches de los viernes y los sábados apenas se podía caminar.


Hay otros locales más alejados que aún mantienen su status como es el Cafetín, en la calle Guzmán, y a su lado las brasas del Postigo o el ambiente salsero del Carmela. También, en cuanto a tapas y raciones, no ha perdido comba la calle de detrás de Correos, la Plaza Marqués de Heredia, con el Colón, la Cava y Capitol, y Jovellanos y la Plaza de la Uned con el Bahía de Palma. En fiestas señaladas y fines de semana hay gente para todos, pero esta Navidad, ha sido Ulpiano Díaz y sus flamantes locales quienes han marcado tendencia donde antes solo se hacinaban negocios con actividad a la luz del sol, no de la luna.


Solo quedan ahora, arrinconados por ese bullir noctámbulo de los nuevos tiempos, tiendas como el Bazar Martínez, con su aroma al fieltro de sus sombreros Panamá; o la Sombrerería Navarro justo enfrente; y en el otro extremo de la Cicunvalación, como en una corrala madrileña, ejerce su actividad una frutería -frente a los churros del Habibi y más allá las tostadas del Barea (Mogambo)- el tostadero de Ortega Andújar, la jamonería Cruz, el estanco de Nuria, la tienda de té, la Joyería Díaz y los eternos electrodomésticos de Fermín.


Ya cerró la cuchillería y sus llamas incandescentes, por ese mismo lugar por el que caminó la Nóbel Madame Curie, antes de subir las escalinatas de la Plaza donde se dio de bruces con montañas de patatas de la Vega y naranjas de Gádor; ya no queda rastro de los trileros con sus canicas y sus vasos tratando de engañar a los catetos de los pueblos que llegaban en carros; ya no está Antonio Roque el aceitunero, con sus latas y el escurridor en la puerta; ya no está Irineo, vendedor de belenes; ni los peruchos vendedores de pavos, ni la terraza doméstica de Eduardo Morcillo, ni Caireles (Ulpiano Díaz) escribiendo crónicas de toros como Homero escribió La Iliada, ni la fonda de Los Bretones, ni el vendedor de carne de caballo, ni El Barranquete ni el Cielo, ni el Puerto Rico, ni electrodomésticos La Fama, ni la Casa de Huéspedes La Provincial, ni la platanería, ni el maestro hilero.


Ahora el paisaje ha sido conquistado por la música bailonga que sale de los modernos barracones, por las botellas de Martin Miller, por personajes principales o secundarios con gafas de sol acostadas sobre el pelo, por aroma a bolso de piel, por brindis, selfies y guiños al camarero, por grupos de universitarios que rinden tributo a una copa de balón desde la tarde de los juernes tras haber reservado mesa por Watshap.


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