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La Foodineta

Cómo nació y sobrevivió el kiosco sesentero más querido de Almería

Es de los pocos lugares en la capital almeriense que no cobran extra por sus tapas

Nacho Muñoz, responsable actual del histórico bar de La Hormiguita.

Nacho Muñoz, responsable actual del histórico bar de La Hormiguita.Elena Ortuño.

Elena Ortuño
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A la sombra de los altos ficus centenarios del Nicolás Salmerón y en pleno equilibrio entre el olor a salitre procedente del Puerto y el de los deliciosos platos que la lonja suministra al local, se encuentra un rincón de toda la vida. Tanto es así que su presencia parece competir como símbolo de la ciudad con el Indalo que, como el kiosco, vigila la escultórica Fuente de los Peces, tan querida por los almerienses como el sanctasanctórum gastronómico que protagoniza este artículo

Se trata de La Hormiguita, un establecimiento cuyas raíces gotean tinta y suerte a partes iguales, puesto que inició su andadura como kiosco en el que se vendía prensa y lotería. El 'Costa de Almería', como revelan los papeles que se llamaba en aquel entonces, fue el resultado de la amistad entablada entre un médico del barrio y el abuelo de Nacho Muñoz, tercera generación familiar y actual encargado del establecimiento: "Mi abuelo era un hombre ciego y viudo, con tres hijos pequeños. Para salir adelante iba por las calles vendiendo papeletas; hasta que conoció al doctor, claro", relata el almeriense.

De las loterías a las tapas

Con el paso del tiempo, aquel modesto kiosco de lotería fue ampliando horizontes: primero llegaron nuevas licencias, luego las primeras cervezas frías servidas al vuelo, algún que otro pincho improvisado… y así, casi sin proponérselo, nació La Hormiguita. El nombre no fue idea de la familia ni fruto de un plan de marca, sino un apodo espontáneo que le puso el propio barrio al ver a los hijos del fundador -niños entonces- trabajar sin descanso, codo con codo, desde muy temprana edad. "Los vecinos veían trabajar incansablemente a mis tíos y a mi padre, y les decían hormiguitas", recuerda Nacho. Eran tiempos en que se crecía a base de faena, y muchos de ellos compaginaban el mostrador con la mili.

El verdadero impulso llegó en 1986, el mismo año en que nació Nacho. Fue entonces cuando se levantó la estructura metálica del kiosco, consolidando así un negocio que, desde su modernización, ya suma 38 años ininterrumpidos de vida.

Desde aquel momento, el local ha sido testigo directo de la transformación del entorno: donde hoy hay bloques de edificios frente al gran pulmón verde de la ciudad, antes apenas había arena, alguna que otra casita baja y una vista despejada hacia el mar. Y sin embargo, el barrio bullía de vida, sobre todo en los días de la antigua feria, aquella que se celebraba junto al puerto y que teñía la zona de música, bullicio y luces. Todo esto se lo siguen contando los vecinos más mayores a Nacho, que aunque ahora esté al frente, siempre se guarda un rato para escuchar historias entre café y café.

Tres generaciones con un mismo proyecto en el corazón

El relevo generacional en La Hormiguita fue tan natural como la llegada de la primavera tras el invierno. El negocio pasó del abuelo fundador a sus hijos, y de estos, al padre y a la madre de Nacho, esta última actual propietaria legal del local. Él se incorporó en un momento difícil, cuando la enfermedad de su padre obligó a reorganizar las prioridades familiares. Dejó sus estudios de Administración y Dirección de Empresas para arrimar el hombro, y tras el fallecimiento de su progenitor, asumió por completo la gestión del kiosco con una visión más estructurada y profesional. “Uno de los motivos para continuar fue la ilusión de mi madre por lo que significa el kiosco para el barrio: hay un gran vínculo entre los vecinos y el bar, que encuentran aquí su espacio de toda la vida”, cuenta Nacho.

Ese vínculo con el vecindario se percibe en lo cotidiano: muchos clientes de toda la vida conciben La Hormiguita como un hogar. “Es habitual que la clientela baje a desayunar, a comer o incluso también a cenar. Encuentran aquí compañía y cariño”, resume Nacho. Y es que, pese a los vaivenes de la hostelería, el negocio conserva la esencia con la que empezó: precios ajustados, trato cercano y una simpatía que se palpa desde la barra. Parte de esa energía la ponen los camareros, a quienes Nacho no duda en elogiar: “Siempre están cantando y riendo, a pesar de las tensiones que pueda acarrear un oficio tan duro como el hostelero”.

Delicias emplatadas

Aunque en La Hormiguita se empeñan en conservar la esencia del bar de toda la vida, también es cierto que el negocio ha sabido renovarse sin perder el alma. Junto a las delicias tradicionales -entre las que destaca sin duda alguna el pescado-, han surgido tapas propias que arrasan entre la clientela. La estrella es La Muerte, un bollo tostado con tocineta, huevo, alioli casero y un toque picante que se ha convertido en todo un emblema del local. A ella se suman creaciones con nombre propio como La Dulcinea, El Miguelito o La Hormiguita, todas nacidas en su pequeña pero creativa cocina.

Otra de las señas de identidad del bar es que no cierra la cocina al mediodía y no cobra suplemento por las tapas. Un gesto que los clientes agradecen y que es posible gracias a la gestión meticulosa que Nacho aplica a diario: "Pesar ingredientes, calcular cantidades y ajustar costes sin perder calidad. Ese es el camino para poder seguir ofreciendo precios justos", afirma. Aunque no sabe cuánto tiempo más podrán mantenerse así, lo que sí tiene claro es hacia donde se orienta su compromiso: "Espero que podamos seguir creciendo y sosteniendo lo que mi familia construyó". Porque su mayor motivación sigue siendo la misma: que La Hormiguita sea un lugar para el barrio, para la gente, para quedarse.

Esa vocación de permanencia y de conexión con el entorno también se refleja en el nuevo proyecto que tienen entre manos. Si todo va según lo previsto, en septiembre abrirán justo al lado de su histórico kiosco un nuevo local dedicado al séptimo arte, un espacio cultural con sabor a barrio que ampliará el universo de La Hormiguita sin perder sus raíces de una forma nueva y, hasta ahora, inexistente.

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