"Perderte a ti mismo en una operación": la batalla que no sale en el marcador del deporte almeriense
Dos psicólogos de Almería explican cómo afrontan los deportistas las secuelas emocionales tras una lesión incapacitante

Imagen de archivo de un deportista tras una lesión.
Cuando Pedro [nombre ficticio] escuchó el crujido, supo que algo había cambiado; que su rodilla no era la única que se quebraba, sino que con ella, se iba un pedacito de su rutina, de sus anhelos y, pensó, de sí mismo.
Tras chocarse contra un jugador del equipo contrario, esperó tumbado primero en el césped de un campo de Almería y después en la camilla. Las tres horas que tardó en recibir el diagnóstico se sintieron como años. "Menisco roto. Hay que operar", confirmaron. Y el corazón (metafóricamente) se le paró.
Pérdida de identidad
Todos conocemos a alguien que ha hecho de un deporte su manera de estar en el mundo. Gente que no dice "juego al tenis", sino "soy tenista", como si la raqueta formase parte de su ADN. Hay oficios y pasiones que se adhieren al alma con tanta fuerza que cuesta distinguir dónde termina la persona y empieza el deporte.
Por eso, cuando una lesión te deja fuera de juego, no duele solo el cuerpo: duele el espejo. Porque, de pronto, sin eso que te definía, no sabes muy bien quién es la persona que te devuelve la mirada en el cristal.
"La espera para la operación y la propia intervención quirúrgica rompieron por completo su día a día. Sintió un choque de identidad", relata Adrián Manzano, el psicólogo almeriense que acompañó a Pedro durante todo el proceso. Su compañero, Jesús Gil, lo explica con mayor profundidad: "Cuando llega una lesión incapacitante, lo primero que aparece es un choque de identidad. Por la mente pasan muchas cosas: cuándo volveré, cómo volveré y en qué condiciones volveré, si es que lo hago".
Ambos profesionales, especializados en psicología del deporte y trabajadores del Centro Psicológico GAIA, en Almería, insisten en la importancia de reestructurar los pensamientos cuando esto ocurre: transformar el miedo en una visión racional que permita vivir la lesión como algo circunstancial, "no como un final".
Gestión de las emociones
Tristeza, ira, frustración, miedo... Son muchos los sentimientos que se agolpan en la mente de un deportista al recibir un diagnóstico incapacitante. "Todas tienen su función", explica Adrián, para después añadir: "La tristeza ayuda a aceptar la pérdida; la ira aparece frente a la amenaza; y la frustración, al no poder rendir como antes. Cuanto más ajustamos las creencias a la realidad, menos impacto tienen estas emociones".
"No se prepara psicológicamente a los deportistas para gestionar una lesión. Ese es el problema"
La mala gestión de las emociones es la piedra en el zapato de los deportistas afectados. "No se prepara psicológicamente a los deportistas para gestionar una lesión. Ese es el problema", reconocen ambos, quienes han visto de cerca el funcionamiento de los clubes y la relación entre entrenador y equipo: "Si tú no estás preparado, hay otro que sí, y te descartan rápido", cuenta Jesús.
Frente a la tiranía de la recuperación exprés, esa que exige volver al campo antes de que el cuerpo y la cabeza estén listos-, el entorno del deportista se convierte en juez y parte. Familia, entrenadores, amigos... todos tienen en sus manos la posibilidad de ser abrigo u obstáculo.

Imagen de archivo de una deportista atendida tras una lesión en el campo de juego.
"No se debe abandonar al deportista solo porque no esté disponible para jugar", explican los psicólogos. Y es que el que si en casa le restan importancia al dolor o lo empujan a regresar antes de tiempo, el daño se agrava. Entre los errores más comunes está el exceso de celo: hacer demasiado sin preguntar, suponer lo que el otro necesita. A veces, el mayor gesto de ayuda es el más sencillo: callar, escuchar y ofrecer un lugar donde el silencio no pese.
La operación: el momento más temido
Uno de los momentos más temidos es la cirugía, un evento canónico en el que el deportista teme no solo al bisturí, sino a "perderse a sí mismo" en la mesa de operaciones: "Para muchos, persona y deportista son lo mismo. Someterse a una intervención es poner en riesgo su identidad: sienten que si sale mal, pierden el 80% de sus vidas".
Quien se acuesta anestesiado, entrega el control; y eso, para alguien acostumbrado a dominar su cuerpo, se traduce en un gran vértigo. Por eso, desde GAIA trabajan para ayudar a desmotar creencias, gestionar el dolor y mirar más allá de la herida: "Mostramos cómo la operación puede ser una aliada, aunque duela", confirma Gil.
El último paso
La recuperación es una fase poco visible que trae consigo nuevos temores. "Cuando vuelves tras una lesión, la mente te protege. Aparece el miedo a ponerse en riesgo, por lo que nuestro trabajo es reconectar poco a poco con las motivaciones del paciente y renovar su confianza corporal".
Tras cinco meses de recuperación, Pedro se fue reincorporando progresivamente a su vida pasada: "El entorno deportivo fue clave: sus compañeros y entrenador lo visitaban y mantenían un contacto constante con él", recuerda Adrián, quien sonríe con orgullo ante el resultado final: "A los ocho meses, el jugador estaba al mismo nivel físico-deportivo que antes de lesionarse".

Imagen de archivo de una persona con dolor en el tobillo.
Así volvió Pedro una tarde. No hubo violines, solo el ruido seco del balón botando sobre la pista y el aire tibio de Almería colándose por las gradas vacías. Dio dos pasos, luego tres, y la pierna respondió como debía. En ese instante entendió: las cicatrices no son el final de nada, sino la firma que deja el cuerpo cuando decide seguir adelante.