Los apuestos guerreros de Cleopatra
En febrero de 1963 cientos de extras participaron en el rodaje de algunas escenas de la película Cleopatra

Grupo de guerreros que tomaron parte en la película Cleopatra en el invierno de 1963. El niño del agua era fundamental en las escenas rodadas en el desierto.
No hace falta ser un entendido en cine para averiguar que la escena de esta fotografía no se rodó en Hollywood. Es una imagen pura almeriense, en el secarral de las ramblas de Tabernas durante uno de los descansos del rodaje de la película Cleopatra, allá por el invierno de 1963.
Aunque era el mes de febrero, el sol del desierto castigaba con tanta fuerza que los niños del agua se convirtieron en protagonistas con mayúsculas en aquellas jornadas de duro trabajo. Allí estaban ellos, los reyes del botijo, los amos de los búcaros de barro de toda la vida, siguiendo el rodaje desde la sombra, siempre atentos para entrar en acción en los parones y aliviar la sed de aquellos guerreros de aluvión que salieron hasta de debajo de las piedras.
Aquella película, de la que solo se rodaron unas cuantas escenas en nuestra tierra, necesitó una tramoya importante de obreros para levantar una reproducción del palacio del César en la genuina plaza de San Antón, frente a la tapia del cuartel de los soldados, y necesitó también un ejército de extras.
Con las fiestas navideñas recién terminadas, en enero de 1963, corrió la noticia de que un grupo de técnicos de la ‘20 Century Fox’ había llegado a nuestra ciudad para localizar exteriores para las últimas escenas de la película Cleopatra, que tenía a Elizabeth Taylor y a Richard Burton como las grandes estrellas. La llegada de los ojeadores no pasó desapercibida en la ciudad, sobre todo cuando apareció en escena el productor Williams Elno que como un mesías bajó del cielo en el helicóptero S.E. 3130 número 1.116 que había tomado parte en la película ‘El día más largo’, un clásico del cine bélico. En medio de una gran expectación en aquella Almería del año 63 donde solo las película nos sacaban de la monotonía propia de una ciudad de provincias, el productor vino a aterrizar en el centro de la capital, en la explanada de la empresa Artés de Arcos. Inmediatamente se desató la euforia: “tenemos un rodaje importante a la vista” se decía en los mentideros cinematográficos.
Cuando todavía estaban frescos los recuerdos y los duros que había dejado el rodaje de Lawrence de Arabia, llegaba Cleopatra para darle trabajo durante unas semanas a carpinteros, metalúrgicos, pintores, albañiles y a todo ese equipo de figurantes que se apuntaba a un bombardeo cuando veía aparecer en el horizonte a los peliculeros.
Unas semanas después toda la maquinaria de la película ya estaba funcionando. Se abrió una oficina en el Parque, se alquilaron los almacenes del Malecón de la Salle para el trabajo de los artesanos y tal y como había ocurrido en Lawrence de Arabia, se habilitaron los despachos de la Estación de Autobuses de la Plaza de Barcelona para la inscripción de los extras. La cola del primer día daba la vuelta por la actual Avenida de la Estación y llegaba cerca de la esquina de la Rambla. El olor del dinero sin demasiado esfuerzo y el glamour de ser actores durante unos días seducían a los jóvenes almerienses de aquel tiempo.
El 12 de febrero de 1963 empezaron a rodarse las primeras escenas, a las órdenes del director Joseph Leo Mankiewicz. Era impresionante contemplar el simulacro de palacio que levantaron en San Antón con La Alcazaba como telón de fondo, tanto como ver aquella legión de figurantes atravesar los páramos desiertos de nuestra geografía. Allí trabajó todo el que llegó a tiempo para inscribirse. No pedían ningún requisito especial, ni de estatura ni de condiciones físicas, lo importante era que hicieran bulto, que parecieran soldados de un ejército de verdad aunque solo fuera de lejos. De cerca la realidad era distinta. Había que ver el tipo de muchos de aquellos guerreros que parecían recién llegados del bar de la esquina, con aspecto de no haber conocido guerra alguna ni haber pasado por ninguna escuela de actores ni de tener ni idea de como había que coger un arco. A pesar de todo, disfrutaron de la experiencia, se ganaron un buen sueldo y más de uno se llevó un casco o una coraza para su casa.