El fútbol detrás de una portería
En la historia de la A.D. Almería en el estadio de la Falange se montaron gradas supletorias en dos partidos

Partido de Liga ante el Huelva en 1974 en el estadio de la Falange, con la grada supletoria del fondo del marcador y público de pie detrás de la portería.
Los niños que empezamos a ir al fútbol en el estadio de La Falange en los tiempos de la A.D. Almería sentíamos envidia de los recoge pelotas y de aquellos que se ponían detrás de las porterías, tan pegados al terreno de juego que podían escuchar los quejidos de los jugadores cuando caían al suelo después de una falta. Como en el viejo estadio no había gradas detrás de las porterías, los privilegiados que tenían derecho a colocarse a espaldas de los guardametas visitantes eran los fotógrafos, los miembros de la Cruz Roja y el bueno de Rafael Andújar, el querido Rafaelico que era intocable incluso para los árbitros, que lo conocían como si fuera de su familia.
En la historia de la A.D. Almería hubo dos momentos en los que la directiva y el ayuntamiento colaboraron para montar gradas supletorias detrás de las porterías, ambos en la temporada 1973-1974, coincidiendo con la visita en Liga del Recreativo de Huelva con el liderato en juego y con el partido de la promoción de ascenso que se jugó ante el Córdoba. Esa misma temporada, en el mes de enero, las gradas de la Falange registraron el mayor lleno hasta entonces de su historia, cuando se metieron siete mil personas para el partido de Copa ante el Real Oviedo de Primera División. Para esa cita se habilitó una tribuna accesoria, pero no se levantaron gradas en los fondos.
En aquel fútbol más simple y auténtico los fotógrafos eran gente importante. Los niños los mirábamos con envidia porque gozaban del privilegio de entrar gratis al estadio, porque podían saltar al campo junto a los jugadores y porque se situaban a unos pocos metros del gol, en una época en la que coger la fotografía de un gol era un tesoro. Cuando al día siguiente veíamos la Hoja del Lunes para ver la crónica de los partidos, si el reportero gráfico había cogido un gol recortábamos la foto y la guardábamos como una reliquia. La imagen tenía mucho más valor si era la de un partido disputado fuera de casa.
En aquel tiempo no había ninguna posibilidad de ver al Almería por televisión porque siempre estaba en Tercera y porque apenas se televisaban partidos. Cuando el equipo jugaba como visitante escuchábamos la narración de José Miguel Fernández en Radio Juventud, y si ganaba, comprábamos los periódicos para ver a nuestros héroes. Entonces, ganar fuera era mucho más complicado y se festejaba como si fuera un acontecimiento. Cuando se sumaban los dos puntos y los dos positivos, que era el botín del visitante, al domingo siguiente siempre iba más gente al estadio.
Ruiz Marín, Guirado, Salmerón, Fabio Ramírez, Losilla, eran algunos de aquellos fotógrafos de nuestra infancia que iban los domingos al estadio de la Falange. La tarde que llovía aparecían con sus gabardinas y sus paraguas y sin inmutarse con el agua esperaban con resignación el momento cumbre, esa jugada del gol con la que soñaban cada vez que miraban por el objetivo.
Su labor era mucho más complicada porque las máquinas eran distintas, porque en los segundos tiempos si el día estaba nublado empezaba a escasear la luz y porque si se producía una bronca contra los colegiados, que entonces eran muy habituales, los fotógrafos estaban en medio y corrían el riesgo de recibir el impacto de una almohadilla, en el mejor de los casos.
Cuánto envidiábamos los niños a los reporteros gráficos que estaban siempre pegados al gol, dispuestos a inmortalizar los que colaba el Almería, que eran los únicos goles que importaban. En aquel escenario todo olía a antiguo y a fútbol de verdad, sin tornos, sin VAR, sin jugadores teatreros sin porterías globalizadas como ahora. Las porterías de antes tenían su personalidad según cada escenario.
Las porterías del estadio de la Falange tenían postes de madera auténtica y hubo un tiempo en que se respetó la vieja costumbre de pintar la base de negro. Tenían también un tronco de madera que se colocaba cuando terminaban los partidos para que el larguero no se venciera. Los domingos, el tronco se colocaba detrás y a veces le servía de asiento improvisado a algún fotógrafo que cansado de buscar la imagen del día en cuclillas aprovechaba el madero para descansar.