La Voz de Almeria

Tal como éramos

El cobrador que iba por las casas

Cuando aparecía el hombre del banco con una letra había quien se escondía bajo la mesa

Claudio Pimentel cuando en su juventud iba cobrando los recibos del banco donde trabajaba.

Claudio Pimentel cuando en su juventud iba cobrando los recibos del banco donde trabajaba.

Eduardo de Vicente
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Cuando aparecía por las casas el cobrador del banco con una letra en la mano había quien se escondía debajo de la mesa y le decía a su hijo aquello de “dile al hombre que no estoy, que he ido al médico, que vuelva otro día”. Los cobradores no gozaban de buen cartel, ni aunque fuera Andrés Enriquez, aquel funcionario honrado y de gran corazón que trabajaba para ‘El Ocaso’ cobrando los recibos de los muertos.

Tenía la oficina al comienzo de la calle de Granada, junto al antiguo Hostal Andalucía, y en los primeros años, cuando ‘El Ocaso’ batallaba por cada cliente casa por casa, era él, Andrés Enríquez, el director y el empleado, el que organizaba el trabajo en la oficina y el que agarraba la cartera de cuero y se echaba a los caminos buscando nuevos contratos y cobrando los recibos.

En los primeros tiempos tenía que recorrer las calles y los pueblos andando porque no se podía permitir el lujo de tener un vehículo; a veces cogía la Alsina que llegaba hasta Adra y allí se pasaba un día entero haciendo negocios. A la mañana siguiente se montaba en el autobús y se quedaba otro día en Roquetas, siempre de puerta en puerta, hasta que terminaba el trabajo y regresaba a Almería andando, caminata que aprovechaba para hacer nuevos seguros en las aldeas y cortijos que se iba encontrando por el camino. En verano, su familia solía esperarlo en la playa de San Telmo, con la cesta de comida y allí terminaban la jornada, felices si el marido había conseguido hacer nuevos afiliados en sus salidas.

A fuerza de trabajar sin descanso, el hombre del ‘Ocaso’ fue progresando y pudo tener una bicicleta. Antes de recorrer las carreteras y las calles pedaleando, se iba con la bici al descampado donde después se levantó el sanatorio del ‘18 de julio’ y allí aprendió a montar con la ayuda de un amigo. Después llegó la moto y más tarde el coche, como también llegaron las nuevas oficinas y los cobradores contratados que le permitieron a Andrés Enriquez dirigir los seguros desde su despacho con más tranquilidad.

A veces pasaban por los barrios los cobradores de las tiendas de muebles en una época en la que eran muchas las familias que se amueblan sus casas pagando a plazos. Como llegar a fin de mes era complicado, si el cobrador aparecía a destiempo los deudores tenían que poner todo tipo de excusas para conseguir que el hombre del recibo se diera una vuelta y viniera una semana después.

Recuerdo la figura de los teleros, personajes que se dedicaban a llevar los retales y la ropa de las tiendas del centro por los barrios, casa por casa, en busca de clientes. La ventaja de comprarle al telero era que se le podía pagar el género poco a poco, en cómodos plazos durante varios meses, el problema es que cuando se presentaba en la casa con el recibo que tocaba saldar, siempre llegaba en mal momento y de nuevo se repetía la manida frase de “haber si puede usted pasarse la semana que viene que me ha cogido sin un duro en el bolso”.

Los que tuvimos una tienda sabemos de primera mano lo que era ir a casa de una clienta a que te pagara una deuda y el mal momento que teníamos que pasar para que nos diera el dinero que era nuestro. Por aquella época, era costumbre que en las tiendas de barrio, donde se establecía una relación de máxima confianza con los parroquianos, que se pudiera comprar ‘fiao’. La clienta se iba llevando género todos los días sin pagarlo, quedando la deuda apuntada bien en una libreta o bien en un trozo de papel de estraza que el dueño del negocio colgaba de un gancho. Se les llamaba motes porque para evitar que alguien supiera de quién era la deuda, el tendero no la archivaba con el nombre verdadero de la deudora, sino que utilizaba un pseudónimo fácil de identificar.

Solía ocurrir a veces que la que debía en la tienda cuando por fin tenía dinero en el bolso en vez de ir a saldar la deuda prefería cambiar de comercio durante unos días para no tener que hacer frente a la maldita cuenta que colgaba del dichoso gancho. Cuando la demora se hacía insoportable, el último recurso que utilizaba el tendero era el de ir directamente a la casa de la entrampada para exigirle el dinero. En el caso de mi negocio, mis padres nos mandaban antes a alguno de los hijos para que el trago fuera más llevadero. No era lo mismo que un niño se presentara en la puerta diciendo que venía a cobrar que lo hiciera directamente el propietario del establecimiento. Puedo asegurar que para los hijos del tendero era un completo suplicio tener que tocarle en la puerta a la clienta y enseñarle el mote con la cuenta exacta de lo que le tocaba pagar y con voz temerosa decirle: “Me ha mandado mi padre a ver si puede pagar la cuenta, que nos hace mucha falta el dinero”.

tracking