La Voz de Almeria

Tal como éramos

La obsesión por cultivar el espíritu

‘Educación y Descanso’ fue un invento de las autoridades de la posguerra para que los jóvenes estuvieran más controlados

Equipo del SEU de 1942: Compadrillo, Roig, Moreno, Carlos Orihuela, Plazilla, Rafaelico, Martos, Coli García, Soler, Flores y Rigaud.

Equipo del SEU de 1942: Compadrillo, Roig, Moreno, Carlos Orihuela, Plazilla, Rafaelico, Martos, Coli García, Soler, Flores y Rigaud.Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente
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En 1940, con los motores de la dictadura funcionando a toda máquina a pesar de las restricciones, empezó a caminar en Almería la llamada Obra Sindical de Educación y Descanso, un invento del nuevo régimen para tener a la gente entretenida y que no tuviera tiempo de pensar en la cruda realidad de la supervivencia diaria.

La organización nacional sindicalista, padre del invento, justificaba su creación en la necesidad de “proporcionar a los obreros horas de solaz y esparcimiento después del trabajo” con el fin de que pudieran cultivar su espíritu y que su mente no los llevara por los caminos equivocados.

La mejor forma de tener al personal entretenido y ajeno a cuestiones políticas y sociales era el deporte y las actividades culturales, por lo que ‘Educación y Descanso’ proyectó todas sus fuerzas en la organización de todo tipo de espectáculos, desde obras de teatro hasta actuaciones musicales, sin olvidarse del deporte, donde su presencia fue constante. Era extraño encontrar una prueba deportiva que no estuviera organizada por la obra sindical, que no descansaba en su afán de que los espíritus se fortalecieran con entretenimientos saludables.

Aunque muchos tuvieran dificultades para comer todos los días, si sonaba la música, si se abrían los telones de los teatros y el balón no paraba de rodar en los descampados que llamaban campos de fútbol, la vida seguía siendo bella. Cada vez que se organizaba una carrera ciclista allí estaban los hombres de ‘Educación y Descanso’ cuidando de que todo transcurriera por los cauces adecuados y disfrutando de ver a miles de almerienses volcados con la iniciativa. En aquella Almería de los años cuarenta los ciudadanos estaban locos por salir de sus casas y se volcaban en masa con cualquier acontecimiento que se celebrara, siempre que fuera gratis. Cómo disfrutaba la gente viendo a los valientes tirarse a las aguas del puerto desde las grúas o desafiando el palo lleno de grasa en las cucañas de la Feria.

‘Educación y Descanso’ tenía el poder de un Dios terrenal. Su omnipresencia era incuestionable y como tenía que controlarlo todo, también puso sus garras en un deporte como el fútbol, que navegaba a sus anchas, al margen de la política. La obra sindical empezó a organizar los campeonatos provinciales y se encargaba de que los equipos inscritos pudieran disfrutar de un campo decente, es decir, que al menos tuviera dos porterías.

El ‘estadio’ fetiche de las autoridades falangistas, antes de que se construyera el de la Falange, fue el campo de Naveros, muy ligado al balneario de San Miguel, que en 1927 había puesto en marcha el abogado almeriense don Miguel Naveros Burgos. Una de las explanadas que quedaron libres entre la playa y la actual Avenida de Cabo de Gata, lindando con los depósitos de mineral del Cable Francés, se habilitó como campo de fútbol.

Era tan rudimentario que las porterías se basaban en tres maderos desvencijados que se sostenían a duras penas en el suelo. No tenían sujeción por atrás y las mallas eran un pedazo de red, seguramente de las que dejaban abandonadas los pescadores sobre la arena de la playa. En el área pequeña no se observaba la señalización del punto de penalti, que se elegía a ojo, y sólo se apreciaban las líneas del terreno de juego marcadas con cal y de forma tan rudimentaria que era imposible imaginar allí nada que se pareciera a una recta.

Pero lo que importaba era el juego, el entretenimiento, la sensación de felicidad que dejaba el fútbol en un tiempo donde los jóvenes no tenían otra distracción que la pelota, un espectáculo que no costaba dinero y con el que seguramente se llevaban las pocas alegrías que les permitía la época. En ese fútbol prehistórico los jugadores no destacaban por su presencia física y los músculos se intuían tímidamente debajo del pellejo. Cuántos de aquellos futbolistas salían del trabajo en los talleres de Oliveros o cargando en el puerto y en la alhóndiga, y con la comida que llevaba en el cuerpo del día anterior se enfundaban la camiseta y jugaban durante dos horas hasta caer rendidos sobre el escenario con la satisfacción de haber cultivado sus almas.

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