La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los novios, el piso y los muebles

Lo primero que se montaba en el piso era el dormitorio para poder tener algún escarceo

Manuel Abad montó su imperio de Muebles Mago en la Rambla Alfareros. En la foto aparece junto al hombre Pikolín en Almería, Jesús Martínez Capel

Manuel Abad montó su imperio de Muebles Mago en la Rambla Alfareros. En la foto aparece junto al hombre Pikolín en Almería, Jesús Martínez CapelLa Voz

Eduardo de Vicente
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Entre las continuas revoluciones que llegaron en los años sesenta, además de las melenas, los pantalones vaqueros y las minifaldas, una de las más importantes fue la eclosión de los pisos, que se extendieron como una plaga por todos los rincones de Almería, especialmente por los barrios nuevos, aquellas zonas de expansión a extramuros donde en menos de una década se levantaron ciudades verticales sin otro criterio que lo que se le ocurría a cada constructor y a cada arquitecto con el complicidad de las autoridades.

Los pisos lo invadieron todo, destrozaron la ciudad antigua y nos trajeron nuevas formas de vida y de entender las relaciones personales. Pasamos de las casas de planta baja donde se hacía más vida en las puertas con los vecinos que en el interior, a los pisos modernos que fueron auténticas colmenas donde las familias se fueron aislando sin darse cuenta, empujadas en gran medida por la llegada a los hogares de la televisión, que tanto nos cambió las costumbres.

Los pisos, que empezaron a brotar como flores que anunciaban un tiempo nuevo, fueron el sueño de las parejas jóvenes en una época donde al contrario de lo que ocurre ahora había prisas por casarse. Hoy la juventud madura en casa de sus padres, en parte porque acceder a una vivienda es un lujo inalcanzable para muchos, y también porque entienden que en ningún otro lugar van a estar mejor atendidos que en la vivienda de sus progenitores, por lo que alargan la adolescencia hasta los treinta años con absoluta naturalidad.

En los años sesenta las parejas tenían su tiempo de noviazgo, de tal forma que si se estiraba demasiado no tardaban en ser señaladas con el dedo. No estaba bien visto que a los novios se les pasara el arroz, como se decía antes, porque los años corrían deprisa y había que forjar una familia y tener los hijos reglamentarios para no ir con el paso cambiado.

Los novios de antes soñaban con alguno de aquellos pisos que iban surgiendo en las afueras, que era donde se construía más barato. El objetivo no era fácil para muchos, ya que había que tener un dinero ahorrado para poder dar la entrada y un trabajo más o menos estable para poder pedir el préstamo al banco y meterse en una hipoteca que a la larga pesaba como una losa sobre la vida de los matrimonios.

Lo primero era encontrar el piso adecuado y una vez que se conseguía llegaba la segunda fase, la hora de amueblarlo. El minimalismo no se llevaba en aquellos años y la tradición, cuando una pareja se iba a casar, era tener la vivienda amueblada de verdad, es decir, bien cargada, con aquellos armarios mastodónticos que tenían que durar toda la vida y con aquellos comedores donde la madera reinaba a sus anchas sin apenas un metro libre, y si lo había era en la pared y se usaba para colgar un cuadro.

Cuando la pareja tenía por fin su piso, el primer objetivo era montar el dormitorio, que les permitía intimidar antes de sellar su amor para siempre delante del cura. La cama en medio del desierto, el colchón como tabla de salvación en aquellas habitaciones vacías donde tantos novios de aquel tiempo rompieron con la monotonía de los besos a escondidas en la última fila de un cine. La ilusión de los domingos era aislarse del mundo en la soledad del piso deshabitado para disfrutar de aquellos revolcones prohibidos que fueron irrepetibles, de aquellos instantes de pasión donde se prometían amor eterno sin más testigos que la cama, una humilde bombilla y la botella de agua fresca para los minutos de descanso.

La gran revolución de los pisos fue también el gran negocio de las tiendas de muebles, que empezaron a vivir sus años dorados. Todas dirigieron sus miradas hacia esas parejas jóvenes que soñaban con montar el piso para casarse y crear una familia. Los comercios ofrecían grandes ofertas para atraer a la clientela y la seguridad de que aquella cómoda o aquel mueble bar con cristalera iban a durar toda la vida.

Entre aquellos negocios que triunfaron estaba la tienda de París Madrid, cuya publicidad estaba presente a todas horas en los programas más escuchados de la radio y hasta en los anuncios que echaban en los cines antes de las películas. La presencia de París-Madrid en los medios de comunicación fue constante. Una de sus cuñas publicitarias hizo historia y figura entre las más impactantes de las que entonces se hicieron en Almería. El anuncio decía: “Señorita, usted ponga el novio, que París-Madrid pondrá lo demás”. También tuvo éxito el mensaje que decía: “Primero el piso, después la novia y al final almacenes París-Madrid”.

Fueron los años dorados de Muebles Mago, de La Valenciana, de Rabriju, de La Reconquista, de Jumi en el barrio de Los Molinos y de la firma Ruiz Collado, que apareció en escena hacia 1967.

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