La llegada del butano y del butanero
A finales de los años 50 empezaron a popularizarse en Almería las cocinas de gas butano y los camping-gas

Anuncio, en la pared de una terraza de cine, de López Almansa, distribuidor oficial del gas butano en Almería.
Uno de los oficios presentes a diario en las calles de Almería de mi infancia era el de butanero. El hombre del butano, como lo llamábamos los vecinos, se fue haciendo imprescindible y su ausencia, cuando a una familia se le vaciaba la bombona, se vivía como un pequeño drama. Escuchar a una mujer decir a media mañana “me he quedado sin butano” hacía sonar las alarmas en la calle y los vecinos se movilizaban con rapidez, el que tenía teléfono llamaba al despacho del gas mientras que los niños recorrían el barrio a ver si se encontraban con el camión para darle el recado.
El repartidor del butano no pasaba desapercibido. Cuando llegaba hacía sonar el claxon con insistencia, aquel sonido que la gente identificaba inmediatamente. No había otro pito que sonara como el del camión del butano y su llamada movilizaba a las vecinas que a toda prisa colocaban la bombona vacía en el tranco de la puerta como señal de reclamo.
Para los ojos de los niños, lo de ser butanero no nos parecía una buena profesión. Era un trabajo que requería un enorme esfuerzo físico y una continua exposición a las condiciones climatológicas. Cuando veíamos al repartidos encorvado por el peso de la bombona que cargaba sobre sus espaldas, comprendíamos que aquel oficio no estaba hecho para nosotros. La dureza se multiplicaba por dos en los meses de verano, cuando el hombre del butano cargaba con la botella de gas completamente empapado de sudor y la camisa pegada a la piel. Lo veíamos pasar quejumbroso, sacando fuerzas de flaqueza, entrando con absoluta libertad hasta la cocina de las casas. Esta familiaridad a esas horas del día en que los niños estaban en el colegio y los maridos en el trabajo, le otorgó un halo de mala fama a la profesión y se llegaron a hacer un reportorio de chismes y chascarrillos con la figura del butanero.
Cómo sufría y como sudaba aquel Sansón de las bombonas. Nosotros lo mirábamos con una mezcla de pena y admiración. Pena por verlo cargar con tanto peso y admiración porque nos parecía un auténtico héroe cada vez que tenía que subir el butano a un quinto piso sin ascensor. Había clientes que le daban una recompensa, a veces un vaso de agua fresca o una cerveza y otras una propina que era el premio mayor, el que deseaban todos los butaneros para ganarse un sobresueldo a final de mes.
El hombre del butano vino de la mano de una de las muchas revoluciones que empezaron a imponerse en los años sesenta, cuando en los hogares se democratizó el uso de cocinas que funcionaban con gas butano. Las primeras que llegaron a Almería se vendían en el comercio de La Llave de la calle Granada, en el concesionario que el empresario José Céspedes Ramos tenía en la calle Rueda López y en el establecimiento de José María Artero, en la calle Reyes Católicos, donde por primera vez en esta ciudad se vieron las modernas cocinas de la marca Orbegozo. A finales de 1959 la compañía López Almansa S.A. fue la designada para distribuir el gas butano para Almería. Tenía la nave en la calle San Francisco de donde salían los repartidores que iban recorriendo la ciudad.
Las nuevas cocinas de gas butano trajeron nuevas preocupaciones a las casas, donde el peligro de dejarse la llave del gas abierta estaba siempre presente. Crecimos escuchando a nuestras madres decir: “Mira a ver si he apagado el gas”, en prevención de algún accidente.
La década de los sesenta llegó con las cocinas de gas butano en plena expansión y con un invento nuevo: el camping gas. Se trataba de bombonas en miniatura de color azul que se vendían al precio de diez duros en Almacenes La Llave. La pequeña bombona y su quemador estaban presentes en nuestra vida cotidiana y lo mismo se utilizaban para hacer de comer que para calentarse debajo de la mesa de camilla. Como era transportable y desmontable, como decía la publicidad, la gente lo utilizaba para hacer de comer en las excursiones al campo de los domingos.