El colegio de la bomba y el cine
La casa de José Barbarín en la calle Almanzor fue desde 1909 el colegio de la Doctrina Cristiana

Lo que quedó en pie del colegio católico de la calle Almanzor tras el bombardeo de 1937. La fachada que daba a la antigua calle de la Alhóndiga quedó prácticamente destrozada.
La casa de José Barbarín ocupaba una de las esquinas de la antigua calle de Almanzor (hoy dedicada a José María de Acosta). La fachada principal, que miraba al sur, tenía cuatro hermosos balcones en el piso superior y tres ventanales con rejas junto a la puerta de entrada. La fachada lateral ascendía a lo largo de la estrecha calle de la Alhóndiga hasta alcanzar las inmediaciones de la calle del Pósito.
Era uno de aquellos palacios que construyó la burguesía almeriense a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Los Barbarín, además de terratenientes, habían hecho buenos negocios con la minería y fruto del éxito llegó aquella vivienda que si por fuera deslumbrada por su belleza, por dentro se decía que parecía sacada de una ensoñación. Guardaba en sus salones alfombras persas de gran valor y muebles traídos de Gran Bretaña y Oriente. En el corazón de la casa se abría paso un gran patio que iluminaba todas las habitaciones interiores con una espléndida fuente de piedra en el centro que junto a la sombra del jazminero que lo decorada le daban en verano un aspecto bucólico.
El apogeo de aquella mansión fue decayendo a raíz de la muerte de su propietario en 1887 y ya no volvió a recuperar jamás antiguos esplendores, aunque recibió un soplo de vida renovada a comienzos del siglo pasado, cuando los Hermanos de las Doctrinas Cristianas la eligieron para instalar en ella el magnífico colegio católico que tenían establecido en Orán, después de que las autoridades francesas hubieran prohibido el ejercicio de la enseñanza a las congregaciones religiosas.
El grupo de Hermanos lo formaban nueve hombres, la mayoría jóvenes que se habían formado en la Argelia francesa. El mayor se llamaba Francois Champagne y tenía 51 años. Era el director, el que llevaba las riendas de la escuela junto a Joseph Cloulet, un fraile de 46 años, con más de veinte ejerciendo la docencia e impartiendo la doctrina cristiana. Los más jóvenes de la congregación eran el Hermano Louis Ruentz, de 25 años, que daba clases de historia, y Denis Clarlenrerroque, un muchacho de 23 años que se encargaba de las clases de canto y de francés.
El resto del equipo lo formaban los religiosos: Emmanuel Viarrey, Martín Denois, José Cartello, Francois Guitton y Albert Gonzalques.
En los veinte años que estuvieron al frente de la escuela, los franceses, como así se les conocía, formaron a varias generaciones de almerienses, que recibieron una completa educación. Los frailes, además de las asignaturas comunes, enseñaban el francés y daban clases de música y contabilidad.
En agosto de 1930, los Hermanos de las Escuelas Cristianas de nacionalidad francesa fueron sustituidos por religiosos de la Salle, todos españoles, pasando a llamarse el centro ‘Colegio de San Juan Bautista de la Salle’. En octubre de 1930 abrió sus puertas el remodelado centro con clases de Primera Enseñanza, Ingreso para el bachillerato y Preparación Comercial. En el mismo edificio de los frailes franceses, los nuevos religiosos fueron levantando una gran escuela por donde pasaron casi todos los hijos de las familias católicas de Almería de aquellos años previos a la Guerra Civil.
En los primeros días después de la sublevación los frailes tuvieron que huir y el colegio cerró sus puertas. Fue la muerte prematura para un edificio que poco después, en mayo de 1937, vio como un proyectil derribaba una parte de sus fachada lateral dejando dañada la estructura de la vivienda. Durante trece años, el viejo caserón de los Barbarín fue desmoronándose hasta que solo quedó el solar, en el lugar perfecto para que un empresario emprendedor, Juan Asensio Artés, montara allí la terraza del cine Moderno. Sobre las cenizas de lo que había sido la casa-palacio de los Barbarín y posteriormente el colegio de los frailes franceses, había nacido un local de ocio en una ciudad que empezaba a despertar de la pesadilla de la posguerra.
Asensio pensó en un local de espectáculos más que una simple terraza de cine, por lo que además de las películas nocturnas programaba acontecimientos tan distantes como actuaciones flamencas o combates de boxeo. La terraza Moderno aguantó casi veinte años tal y como fue concebida por su dueño, hasta que en 1969, siendo ya propiedad de Juan Asensio Rodríguez, hijo del fundador, emprendió una profunda reforma para adaptarse a los nuevos tiempos. Del viejo local sólo quedó el solar y sobre él se levantó un gran edificio de tres plantas donde se instaló una enorme sala de cine de invierno y una atractiva terraza para las noches de verano.