La Voz de Almeria

Tal como éramos

Cuando solo teníamos una tele y un canal

Vivíamos con un televisor en toda la casa y sin otra opción que la primera cadena de TVE

La tele del bar Puga allá por los años 70. En la foto aparecen personajes históricos del bar como Javier el tallista, Leo Puga, Juan el carbonero y Marcos Rubio.

La tele del bar Puga allá por los años 70. En la foto aparecen personajes históricos del bar como Javier el tallista, Leo Puga, Juan el carbonero y Marcos Rubio.

Eduardo de Vicente
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Los almerienses, allá por los años setenta, vivíamos con una televisión y con un solo canal. Casi todas las familias, por humildes que fueran, tenían ya su aparato instalado en las casas, pero solo uno, ya que aún no conocíamos ese pequeño lujo que para muchos de nosotros llegaría años después, cuando nos regalaron una tele portátil para ponerla en la cocina o en el dormitorio.

Aquellas televisiones únicas eran mastodónticas, tan pesadas como un mueble y con una autoridad casi religiosa que nos convocaba a toda la familia a la misma hora todas las noches delante de la pantalla. La televisión nos iba cambiando la vida sin que nos diéramos cuenta y fue minando algunas costumbres que parecían sólidas e inquebrantables, como la de hablar delante de la mesa a la hora del almuerzo y de la cena, que eran los momentos en los que las familias podían mirarse a los ojos y contarse sus problemas, sus fracasos y sus esperanzas.

Cuando llegó la tele se dejó de hablar, sobre todo en las cenas, y le cedimos la palabra al presentador del Telediario, que era el único que hablaba mientras que los espectadores solo movíamos la boca para masticar. La tele también se fue llevando por delante la vida vecinal: una noche dejamos de sacar las sillas a la puerta de las casas como habían hecho antes nuestros padres y nuestros abuelos y nos atrincheramos para siempre en el comedor con la boca abierta y con cara de idiotas, delante de aquel monstruo que nos decía hasta lo que teníamos que comer y el papel que teníamos que usar para limpiarnos el trasero.

La televisión se hizo imprescindible y en poco tiempo ya nadie pudo vivir sin ella. Hasta en los bares y en los salones de los restaurantes, ya fuera uno de lujo o en cualquier venta humilde de carretera, el rincón principal era para el aparato de televisión, que reinaba en las alturas como un nuevo dios.

Todos teníamos tele, pero solo la posibilidad de ver una cadena, ya que el UHF o la segunda cadena como todo el mundo la llamaba, tardó tanto en llegar a Almería que cuando lo hizo ya no nos acordábamos ni de quién había sido Franco. Empezaron a decirnos que la segunda cadena estaba a punto de llegar cuando aún vivía el Caudillo, pero cuando por fin la pudimos disfrutar ya nos habíamos transformados en demócratas de toda la vida. Lo bueno de aquellos años en los que solo teníamos una cadena era que todos veíamos la misma película, las mismas actuaciones musicales y las mismas novelas, por lo que al día siguiente, en el colegio, todos hablábamos el mismo idioma a la hora de discutir el programa de la noche anterior.

Esa ilusión por disfrutar de nuevas cadenas nos llevó a muchos a rastrear como sabuesos nuevas emisiones y la única alternativa que encontramos fue la de subirnos al ‘terrao’ y poner la antena mirando al mar para coger las señales que emitían la televisión argelina y la marroquí, que televisaron casi todos los partidos del Mundial de Alemania de 1974.

Por aquellas televisiones en blanco y negro y por aquel único canal que nos servían a los almerienses, que estábamos siempre a la cola, los niños de aquella época nos enganchamos al boxeo en aquellos tremendos combates de los pesos pesados en los que siempre ganaba Cassius Clay. Recuerdo que muchas veces se disputaban muy tarde, después de las doce de la noche, lo que nos obligaba a trasnochar con la complicidad de una taza de café y la generosidad de nuestros padres.

Teníamos una televisión para toda la casa y un solo canal que ver, con el inconveniente de la maldita señal que en Almería se iba con frecuencia, debido al escaso rendimiento del poste repetidor de Sierra Alhamilla, que registraba la imagen desde una zona bastante lejana y además, porque en verano llegaban interferencias de emisoras extranjeras con más potencia.

Por fin, en el invierno de 1965, se interrumpió el funcionamiento del poste de Sierra Alhamilla y entró en acción el de la Sierra de Lújar. Para recibir la señal y distribuirla por todos los barrios se instalaron dos reemisores: uno situado en la desembocadura del río, que emitía por el canal once, y otro principal que se levantó en el Cerro de San Cristóbal, por el canal nueve. El nuevo poste obligó a los usuarios a invertir en nuevas antenas, que fueron poblando las azoteas de la ciudad. Una imagen muy habitual de aquellos tiempos era ver a los vecinos manipulando sus antenas en los terrados cada vez que se iba la señal: “A la derecha, a la derecha”, “A la izquierda, a la izquierda”, “Ahí, ahí”, le decían desde el comedor al improvisado antenista cuando la señal empezaba a verse con mayor nitidez.

En aquellos años teníamos la sensación de que el repetidor siempre fallaba en los momentos cruciales, que nunca se iba en la Carta de Ajuste ni en el aburrido Telediario de la sobremesa, sino cuando había toros y sobre todo, cuando televisaban algún partido de fútbol. Los parones fueron el pan nuestro de cada día durante más de una década. En mayo de 1976, el periódico contaba como el repetidor había fallado “en un momento cumbre, cuando toda la ciudad se disponía a ver un partido de la Copa de Europa”.

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