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Política

Repensar el socialismo

Repensar el socialismo

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Caídos en el suelo, dieron en repensar el socialismo, como iluminación para los días de las exequias. Reconfortaba entender aquella vuelta a sus orígenes –en que la entrega solidaria y ética a los demás era constante, y se constituía en la causa primera de la acción; con la misma solidez histórica, cuando, gentes obreras y paradas se sentían defendidas por quienes todo lo daban por su bienestar. Y allí, los excluidos, trabajando al unísono y agrupados, con una energía que cambiaba la angustia en esperanza. Todas las heces de la política habían sido limpiadas por furiosos vendavales de arena. Otra vez las criaturas –con sus soledades y desamparos- eran el centro. Ya el partido se había desprendido de la esclavitud y el sometimiento de los poderes del dinero; y había manifestado su alejamiento definitivo de la perversidad de los mercados El viento había alejado -¿para siempre?- a quienes no habían podido superar el grave empacho de poder, indigestión de prepotencia y de desprecio. Se había llevado a una falange de fe ciega y partidista –que creía ver por una estrecha abertura taponada, sin capacidad de autocrítica. En volandas, los huracanes remolcaban a una caterva de ególatras, corruptos, beneficiados, aprovechados, eternizados políticos de oficio, un travestismo de derechas y banderías de acartonadas momias que eran el peso muerto para volver a pensar el socialismo. Con tanta liberación, empezaban a fluir las ideas jóvenes, nuevas, imaginativas, en armonía con el bullir de las calles y plazas, con el ágora levantada en el curso del siglo. Un campo de humanismo se había ido extendiendo, desde una soleada generación, que venía exigiendo el respeto y cumplimiento de valores esenciales y derechos; una profunda regeneración de la acción política, impregnada de modernidad, y en busca de otro sistema sustentado en la equidad absoluta. El socialismo había dejado de ser un tronco mutilado, que sólo desplegaba sus ramajes en beneficio de la facción de turno. Se había trocado en un bosque común, que velaba de manera abierta y entregada por todos los seres y las especies de la tierra (sin guerras ni invasiones, ni aprobación de expulsiones de migrantes gitanos en el país vecino) con la misma dignidad que había soñado un obrero tipógrafo y ahora reclamaba la juventud pensante, que sostenía la luz de las antorchas en las plazas de la palabra libre. (El breve sueño de la siesta, que duró un parpadeo, me dio otra dimensión del socialismo; que venía cortándome el aliento desde hacia largos años). En la mesa, una rosa roja de frescura pujante, me hizo creer que era posible volver a pensar en la generosidad ética y en la sensibilidad social de un grupo dado por entero.

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