El primer almeriense que se hizo rico con el Gordo
Fue en 1896 cuando la Lotería de Navidad regó Almería con 12 millones de reales y Francisco Sánchez Fortunato fue el que más se llevó

Imagen de todos los agraciados con el Gordo de la Lotería de Almería en el frontón de pelota Jai Alai situado en la huerta Jaruga.
Se llamaba Francisco Sánchez Fortunato y vivía en la antigua calle Talía de la ciudad, cuando se convirtió en el primer rico almeriense por venturosa Lotería. Estuvo este afortunado Fortunato unos días medio escondido, con su esposa Juana Núñez, sin abrir el portón de la calle para comprar el pan o la leche, con las ventanas cerradas cuando tocaron a la puerta varios reporteros de La Crónica Meridional, al enterarse de la identidad del nuevo acaudalado. Su único capital hasta entonces era un pequeño almacén de ferretería en la calle Granada, 45 y de pronto se encontró con una billetada de 300.000 pesetas, más de un millón de reales del año 1896.
Cuando ya asumió con naturalidad su condición de nuevo adinerado en la ciudad, Fortunato, hombre de izquierdas y masón, se dedicó a comprar tierras en la Vega, convirtiéndose en uno de los magnates que manejaba el histórico Sindicato de Riegos y en uno de los principales accionistas de Caminos de Hierro del Sur de España, la sociedad que se creó para que llegara el ferrocarril a Almería. Con tal cantidad de dinero en la época fue también un bienhechor que donó dinero para mejoras en el asilo de ancianos, en el manicomio y para las familias de los soldados heridos en la Guerra de Cuba. La riqueza le llegó, no obstante, a la edad avanzada de 65 años y falleció en 1911 con 80 cumplidos y su tumba de mármol de Macael destaca en el cementerio de San José por sus símbolos masónicos y egipcios. Su hija Isabel y su nieto José Morales Sánchez, ingeniero industrial prontamente fallecido, heredaron sus bienes. Durante más de veinte años, su esquela estuvo apareciendo el día de su muerte en los periódicos de la ciudad, en un récord de longevidad de recordatorio impreso. Tras la Guerra Civil, parte de las fincas del tal Fortunato fueron incautadas a su hija, acusada de ser desafecta al nuevo Régimen, diluyéndose así los bienes que llegaron a la familia a través de un golpe de fortuna en el azaroso bombo.
La suerte del Gordo de la lotería llegó por primera vez a Almería la mañana del 24 de diciembre de 1896. Desde que se había creado el sorteo -conocido como Lotería Moderna, tras la Lotería Primitiva de Esquilache de 1763- concebido por el ministro de Cámara Ciriaco González Carvajal en las Cortes de Cádiz de 1812, nunca había tocado el Premio extraordinario en la ciudad. El telégrafo empezó a repicar cerca de las 12 de la mañana del 23 de diciembre, víspera de la Nochebuena, la noticia llegada de las agencias de Madrid a las redacciones de los periódicos locales. El premio estuvo muy repartido en participaciones entre las clases medias y pobres de Almería. Fue un billete de diez décimos del 8.669 -los dos otros billetes no se jugaron- los que vendió la Administración de loterías de El Rostrico, que aún existe en la calle Concepción Arenal, como la decana de la ciudad y que en esos días suertudos regentaba el lotero José García. Cada décimo se vendia a 50 peseta y fue repartido por el vendedor ciego Andrés Ponce que se acababa de casar el día antes con Catalina Alarcón. De cada uno de los décimos agraciados se habían hecho numerosas participaciones -excepto el bueno de Fortunato que se quedó con el décimo íntegro- hasta chorrear en aquella Almería uvera, minera y de avezados emigrantes de Ultramar, un total de 3 millones de pesetas, equivalentes a 12 millones de reales.
Entre los que adquirieron los décimos figuraban el canónigo Antonio Martínez Romera, que jugaba dos y le correspondieron en total 120.000 duros, que repartió entre participaciones a otros sacerdotes y a sus criados, y quien ofreció en su casa una celebración con dulces, licores y cigarros; el notario José María león; el comerciante Antonio Nieva; Faustino Pérez, cabo de mar; Joaquín Ropero Carpintero; José Navarro, barbero, María del Mar Andújar, dueña de un almacén de mármoles; y el carbonero, Juan Plaza. Todos ellos, excepto Fortunato, hicieron participaciones que fueron jugadas por gente humilde de la ciudad como un barquillero, un mozo de café, un guarda de la vega, tres sombrereros, un pastor, un estudiante, un labrador, un carpintero, un albañil, un maestro de escuela, un músico, un panadero, un barrilero, cinco costureras y, la dueña de una casa de citas del Lugarico y una sirviente, entro otros. Al propio ciego expendedor también le tocaron 6.000 pesetas. Al día siguiente se montó una procesión de alegría por el Paseo del Príncipe, con el ciego Ponce manteado a la cabeza y detrás un batallón infantil.
En las casas de los agraciados no faltaron esa Navidad los roscos de aceite, mantecados y anisete y se produjeron escenas estrambóticas, como un panadero que al conocer la noticia comenzó a arrojar panes hasta 15 arrobas a todos los viandantes, a otra mujer agraciada le dio un síncope y un ataque apoplético, un carbonero de la calle Regocijos montó una fiesta popular donde se bebieron varias decenas de pellejos de vino, quedando todos en un estado lamentable. Nunca más ha vuelto la lotería a regar con tal cantidad de dinero a la ciudad de Almería como aquel fausto día del 23 de diciembre de 1896, en el que el afortunado Fortunato se escondió en su casa de la calle Talía y ni siquiera quiso posar en la foto con el resto de los premiados.