La Voz de Almeria

Almería

Cómo una tienda familiar mantiene viva una calle en decadencia en Almería

‘Lolica’ sostiene el pulso de la calle de la Reina en tiempos de crisis vecinal

La familia López Ruiz regenta una tienda que echó a andar hace sesenta años.

La familia López Ruiz regenta una tienda que echó a andar hace sesenta años.La Voz

Eduardo de Vicente
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Si usted pasa por la calle de la Reina un domingo cualquiera a los cinco de la tarde tendrá la sensación de que se ha decretado el toque de queda, como si la vida se hubiera apagado de pronto, como si estuviera pisando un poblado fantasma de esos que veíamos en las películas de ciencia ficción que presagiaban el fin del mundo.

La calle de la Reina se paraliza los domingos cuando cierra la peluquería de Miguel Bisbal y cuando la tienda de Lolica se toma un descanso. Desde que el pasado mes de enero cerró el supermercado de Carreño, esta importante avenida del casco histórico ha perdido fuerza, sostenida ahora por esos dos pilares que forman sus negocios más antiguos y los más importantes.

Es sorprendente cómo una tienda familiar mantiene viva una calle en decadencia. Como ocurre también con la barbería de Bisbal, Lolica es mucho más que un negocio, es un lugar de encuentro donde se toman y se dejan encargos, donde los clientes, aunque no tengan nada que comprar, pasan a diario aunque solo sea para hablar un rato. 

Los años han ido dejando un poso de historias que permanecen mezcladas en las estanterías entre las tabletas de chocolate y las bolsas de magdalenas, historias de la vida del barrio a lo largo de los últimos sesenta años. Sería difícil recordar a algún vecino de aquella manzana entre la Almedina y la calle del Hospital que en ese espacio de tiempo no hubiera pasado alguna vez por la tienda de Lolica.

Son sesenta años en pie, más de medio siglo haciendo camino y también pasando dificultades. El barrio de la tienda de Lolica no tiene la misma vida que tenía cuando el negocio empezaba a rodar en aquellos tiempos de gloria, los años sesenta y setenta, cuando los pisos estaban llenos de familias numerosas, cuando los niños llegaban en bandadas de los arrabales cercanos en busca de los petos, de los trompos y de los dulces de Lolica, cuando los sábados y los domingos se cerraba de noche porque había que aprovechar el tirón del cine Roma que estaba justo enfrente.

Lolica no cerraba nunca y tenía de todo. Por las mañanas abría a las ocho para aprovechar el paso de los niños hacia los colegios y no echaba abajo la persiana hasta que llegaba la última sesión en el cine. Los primeros polos de bolsa que salieron al mercado, los famosos ‘Flasgolosina’, los trajo Lolica, así como las primeras bolsas de Gusanitos. Los cromos de futbolistas, los trompos, las canicas, los tebeos, no faltaban tampoco en el gran bazar de la calle de la Reina.

La tienda estuvo muy ligada al cine en sus comienzos, cuando era un humilde carrillo ambulante que se instalaba delante de la taquilla. Desde que en abril de 1959 inauguraron el cine Roma, el carrillo de Lolica, no faltó ni un solo día a su cita. A las tres de la tarde se plantaba en la acera y allí permanecía hasta que empezaba la última sesión y dejaban de vender entradas. 

La imagen del carro alumbrado por una lamparilla de gas se convirtió en una estampa clásica en las noches de la calle de la Reina. El éxito de aquel comercio ambulante era que en su pequeño vientre de madera y cristal encerraba todos los tesoros que los niños y los espectadores que acudían al cine podían soñar, desde palos de regaliz o caramelos hasta cacahuetes, garbanzos, pipas, tabaco, pitos, trompos, caretas de papel o vasos de horchata fresca que servían en verano para la gente que acudía a la doble sesión que ofrecía la terraza del Roma.

El carrillo de Lolica vio como la vieja calle de la Reina, que entonces se llamaba Queipo de Llano, fue cambiando a pasos agigantados; la modernidad destrozó aquel romántico pasadizo que desde las murallas del cerro bajaba hasta las escalerillas que se asomaban al puerto mostrando sus filas de casas antiguas y desgastadas, su mundo de callejones sombríos y de vida tranquila. 

En los últimos años sesenta empezaron a tirar las casas que le daban personalidad al barrio y levantaron los primeros monstruos de hierro y hormigón. Adolfo Ruiz y Lola Pérez aprovecharon la construcción de uno de esos pisos para quedarse con el local bajo y meterse en la aventura de una tienda que significó el final del viejo carrillo de madera y el comienzo de una nueva época. Desde entonces el negocio pasó a ser conocido como la tienda de Lolica.

Hoy, cuando ha pasado más de medio siglo desde que la familia empezara con un carrillo, la tienda sigue en pie como un monumento más de la calle, a pesar de que el cine hace ya muchos años que cerró y de que ya no queden familias numerosas ni los niños corran sueltos por las calles con los bolsillos llenos de monedas para gastárselo en dulces. Lolica es ahora más necesaria que nunca, porque de ella depende la vida de una calle.

tracking