La Voz de Almeria

Almería

Penas grandes; penas pequeñas, entre comerciantes y empresarios de Almería

Los negocios y los sectores económicos vivieron con suerte desigual la debacle eléctrica en la ciudad

Gabriel Cobos, de Ferretería Cobos, en Lope de Vega, vendió 36 aparatos de radio a pilas en una sola tarde y muchas linternas de petaca.

Gabriel Cobos, de Ferretería Cobos, en Lope de Vega, vendió 36 aparatos de radio a pilas en una sola tarde y muchas linternas de petaca.

Manuel León
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Conforme avanzaba la mañana, se veía que Almería volvía a ser una ciudad como Dios manda: los obreros del Paseo picando piedra, los vendedores de cupones aceptando pagos electrónicos, las floristerías del mercado con género nuevo. Parecía que íbamos a vivir ya toda la vida con ceguera digital -como en la novela de Saramago- pero resulta que no, que la luz volvió en toda su plenitud a las tantas de la mañana en buena parte de Almería.

Era como estrenar de nuevo la ciudad, como salir de nuevo al campo pisando hierba fresca, después de tantas carencias; el covid fue como las antípodas del apagón: en aquel, vivíamos con todos los mercachifles imaginables a nuestro alcance, pero encerrados; en éste, hemos sido libres de recorrer calles y plazas, pero sin poder ver Netflix ni hablar con nadie por teléfono. Lo decía ayer en un whatsapp, tras el día de autos, el dermatólogo Ramón Fernández Miranda: “ayer fue el triunfo de la mecánica sobre la electrónica”.

Uno de los protagonista del día en la zona centro de la ciudad fue Gabriel Cobos, el dueño de la ferretería que llegó a vender en un rato 36 transistores a pilas, como si hubiéramos vuelto a la época del Melillero. “Me he quedado sin existencias y he tenido que pedir más, así como linternas de petaca. Irradiaba satisfacción en el portal de su tienda d e Lope de Vega, como comerciante de confianza que tuvo que fiar a sus vecinos que no tenían efectivo para pagar las pilas. Quien aún sufría las consecuencias de la debacle eléctrica era la farmacia de Balcázar en la calle Pedro Jover, que tenían que hacer acopio manual del reparto de medicamentos. “El robot se ha desconfigurado y es alemán, tienen que venir a arreglarlo”, se disculpaba una empleada.

En Casa Puga, uno de sus cocineros se esmeraba en trocear un atún antes de volver a reabrir. Allí, el día sin luz no se cerró, se siguió sirviendo gloria bendita con la plancha que va a butano, aunque se tuvo que aparcar la freidora eléctrica, al igual que el grifo de cerveza que se sustituyó por botellines. “Afortunadamente no había mucho pescado como boquerón o gamba en las cámaras al ser lunes”, decía Juan, un antiguo camarero que no puede pasar un día sin visitar la acrisolada bodega de Jovellanos. El propietario de Las Botas, Pedro Sánchez-Fortún, a la sazón presidente de la Asociación de Hosteleros, preparaba sillas y mesas para montar la terraza en la estrechez de la calle, haciendo balance de la aciaga jornada: “Hemos perdido mucho género, hay una normativa que dice que por debajo de 18 grados los alimentos congelados hay que desecharlos”. Ý añadía “hemos sido la última provincia en recuperar la luz, como pasa con los trenes, hay que mejorar las infraestructuras de todo tipo en la provincia”.

La confitería decana de la ciudad parece estos días un islote de máquinas excavadoras y de polvo. La Dulce Alianza, ese cántico al paladar, ese santuario de néctares y ambrosías aparecía ayer normalizado, tras un día aciago en el que sus merengues, piononos y pastelitos de nata tuvieron que sufrir las consecuencias del gran apagón. “Hemos tenido que tirar mucho producto, da pena pero es así”, aseguraba ayer la encargada del obrador con su delantal morado, frente a un escaparate festoneado de dulces de una nueva hornada. En el Mercado Central, todo volvía a resplandecer, como si nada hubiera pasado el día antes: las frutas, las verduras de la huerta, las chuletas, los encurtidos, los barecillos con clientes comentado la jugada del día anterior. Y las pescaderías debajo, con danzantes pescadillas y encarnado marisco, con pargos y rapes, con lomos de atún, jibias, almejas y caracolas. No sufrieron en demasía las consecuencias los pescateros de la Plaza -puestos como el de los Hermanos Santander, Francisco Tijeras, Juanfra Miras o Las hijas del Morato- ya que disponen de un grupo electrógeno que mantuvo las cámaras frigoríficas del sótano a pleno rendimiento.

La lonja del Puerto subastó ayer el pescado y el marisco que no pudo el lunes por el bloqueo electrónico. “Ayer hizo mal tiempo y los barcos no pudieron salir a la mar”, expresaba el gerente de Asopesca, José María Gallart.

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