La pregonera de El Alquián
El autor rememora el opresivo ambiente caciquil que dominaba el centro de Almería durante su niñez

En 2022 Agustín Gómez Arcos protagoniza una exposición del Instituto Cervantes de París con fondos de su familia cedidos a la Diputación
Cuando por alguna razón rememoro el opresivo ambiente caciquil que dominaba el centro de Almería durante mi niñez y adolescencia, sobresale especialmente el recuerdo de un desprecio absoluto hacia toda manifestación cultural de origen local que impregnaba la vida “oficial” de la ciudad.
Bajo aquel clima opresivo que en ocasiones recordaba a un régimen colonial, cualquier manifestación de idiosincrasia autóctona se consideraba automáticamente como “hortera”. Cierto es que más adelante supe de la existencia de una tertulia indaliana o de figuras como Jose María Artero, que lucharon denodadamente contra ese proceso de alienación cultural, pero en aquel momento yo era demasiado joven para conectar con ellos.
Con el objetivo de escapar mentalmente de ese entorno orwelliano que, para más similitud con la obra del autor británico, se desarrollaba en un ámbito de ladrillo, cemento, asfalto y acero donde el desarrollismo, que domina la vida municipal desde entonces, había eliminado todo vestigio de urbanismo humano, me las ingenié para ir encontrando salidas.
De entre todas ellas, la que tenía más a mano se encontraba a poco más de un kilómetro de la Avenida de Calvo Sotelo. Allí, en la barriada que daba paso a la Vega de Acá, vivían mis abuelos paternos y maternos, inmigrantes interiores procedentes de las Sierras de Filabres, Gádor y del valle del río Nacimiento. Y, gracias a la diosa fortuna, los tres que conocí coincidió que fueran grandes transmisores de la tradición narrativa oral de sus comarcas de origen.
Experiencias
De esta manera, disfruté del privilegio de zambullirme en las experiencias vividas de innumerables generaciones de almerienses a través de los relatos que me regalaron mis mayores. Y, para colmo de plenitud, en muchas ocasiones lo hice caminando en su compañía hacia el río, en un entorno natural lujurioso que, en palabras del viajero Jerónimo Münzer, recordaba al paraíso terrenal.
Quizás por ese motivo, siempre me he resistido a la idea generalmente aceptada hasta hace muy poco, tanto dentro como fuera de los límites provinciales, de que esta tierra ha sido un desierto literario y ya desde muy joven me empeciné en reivindicar la tradición cultural almeriense en su faceta narrativa, especialmente cuando descubrí que también en obra escrita ha sido históricamente mucho más rica de lo que se nos ha contado. De hecho, todavía me escuece que nuestro insigne autor Agustín Gómez Arcos se mostrara extrañado de que en Almería interesara la noticia de su candidatura al premio Goncourt de ese año, cuando desde este diario le llamamos a principios de la década de los ochenta del siglo pasado para entrevistarle al respecto.
Por eso fue para mí un gran motivo de alegría conocer que el pregón de la Feria del Libro de Almería de este año lo haría uno de nuestros muchos narradores consolidados actuales. Y todavía lo fue más, cuando escuché a Juanma Gil reivindicar que la verdadera pregonera de aquella Feria era su madre, en quien ejemplificó las figuras paternas y maternas que, al ponernos límites fruto de una experiencia vital hundida en la noche de los tiempos, nos motivan a utilizar la literatura como herramienta con la que explorar caminos que ayuden a superar el miedo, la pérdida, la soledad y todas las incertidumbres que acechan en esta aventura solitaria que es la experiencia vital de cada individuo.
El Alquián
Sin duda alguna, fue un momento glorioso constatar que, cuando realmente me ha llegado el momento de enfrentarme cara a cara al final inevitable de la relación que he mantenido con mis mayores, ha sido un autor de El Alquián al que le saco veinte años, antiguo alumno de mi amigo Antonio Serrano para más señas, quien con su breve pero magistral charla en el Paseo de Almería, me ha enseñado más sobre el estrecho binomio que forman literatura y relación filial que ocho años de fines de semana invertidos en seminarios lacanianos por esos mundos de Dios.
Para morir tranquilo, ahora solo me falta confirmar que los herederos de la élite sociopolítica que en mi juventud controlaba la vida cultural almeriense, han hecho el mismo ejercicio de reflexión que yo y están dispuestos a apoyar de una vez por todas a los autores locales de una forma decidida. Pero, por si acaso, yo pienso continuar erre que erre recordándoselo.