La Voz de Almeria

Almería

Tres almerienses en el cementerio de París

Antonio Navas fue uno de los dos únicos carabineros que decidió mantenerse fiel a la República

Antonio Navas Campos, mujer e hijo.

Antonio Navas Campos, mujer e hijo.La Voz

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Esta es una de las muchas historias de familias almerienses que quedaron quebradas, rotas para siempre, como consecuencia de la guerra civil. Una de las que tuvieron que abandonar su ciudad y su país y emprender el duro camino del exilio para no ser objeto de la represión de la nueva España de Franco. La familia del cabo carabinero Navas, persona de principios y valores, y profesional de “conducta intachable”, como fue calificado por periodistas de la época ante quienes con frecuencia actuaba como portavoz de la Comandancia de Carabineros, en la que trabajaba como auxiliar de oficinas.

Antonio Navas Campos fue uno de los dos únicos carabineros almerienses que, tras haber sido detenido su teniente coronel Isaac Llopis, no dudaron en desertar y permanecer al servicio del Gobierno legítimo cuando sus demás oficiales y mandos se sumaron a la causa del golpe la noche del 20 de julio, obligando a casi un centenar de carabineros a que les siguieran con su armamento y municiones al Cuartel de Infantería, donde se hallaba el Batallón de Ametralladoras nº 2. Una decisión, la de mantener su fidelidad a la República, que marcaría el resto de su corta vida, así como la de su mujer Ángeles Gómez Fernández y su hijo Miguel Navas Gómez, quienes tras el final de la guerra buscaron refugio en Francia.

Desde muy joven, Antonio, decidió no secundar los negocios de su padre, Manuel Navas Miralles, industrial muy conocido por las carbonerías que gestionaba en la ciudad, por su propiedad agrícola de uva de embarque en Alhama y por sus tenencias mineras de hierro en una docena de municipios almerienses.

En 1917, con 21 años, entró en filas y fue destinado a África, incorporándose al Regimiento de Infantería San Fernando nº 11 en Kandussí e Ishafen, junto al río Kert; después a las Tropas de Policía Indígena, prestando servicio de campaña en El Batel y Sidi-Aissa, y participando en la toma y ocupación de Uyil Amekrán, Dar-Azugaj, Dar-Amesdán, Sidi-Yagut, Kudia-Armeb, Ermila y Afsó; y finalmente al Regimiento de Infantería Borbón nº 17, al que quedó adscrito al pasar a segunda situación de servicio activo. Hasta que el 29 de octubre de 1924 ingresó en el Instituto de Carabineros, siendo destinado de inicio a la Comandancia de Gerona y dos años después, en noviembre de 1926, a la de Almería.

Familia

Un mes antes de convertirse en carabinero, el 24 de septiembre de 1924, contrajo matrimonio con Ángeles Gómez Fernández, con la que tuvo dos hijos: una niña, Carmen, nacida en 1926 y fallecida tres años más tarde por una meningitis; y Miguel, nacido en 1928 y que, con 11 años, a finales de enero de 1939, emprendió junto a sus padres el largo camino del exilio, primero camino de Argelès sur Mer, después de Poitiers y finalmente de París.

La decisión de no unirse a los sublevados, y salir corriendo para dirigirse al Gobierno Civil y unirse a los defensores del poder legítimo, evitando los disparos que al objeto de impedir su fuga le hicieron algunos de sus oficiales, fue calificada en la prensa local como la “gesta heroica del carabinero Antonio Navas”, quien “en estas horas trágicas puso a prueba su fe y heroísmo republicano”.

El caso es que cuando al día siguiente la sublevación fracasó en Almería y el teniente coronel Isaac Llopis fue puesto en libertad y retomó el mando de la Comandancia de Carabineros, decidió convertir a Antonio Navas en su auxiliar personal. Por esta razón, su destino quedó ya unido al de Llopis hasta el final de la guerra, acompañándole en sus siguientes ocupaciones en Valencia y Barcelona, tras ser nombrado Juez de Causas a Carabineros y jefe de las Tropas de Carabineros de Levante.

Posteriormente, cuando el frente quedó roto y Cataluña quedó aislada, Navas fue destinado a la Comandancia de Carabineros de Ripoll (Gerona), donde permanecería junto a su familia. Hasta que en los primeros días de febrero de 1939 cruzaron la frontera por Camprodón para dirigirse a Argelès, en cuyo campo de refugiados él fue obligado a unirse a un batallón de trabajadores con destino a Mulhouse, si bien después volvería a reunirse con su familia en Poitiers, donde le dieron trabajo como ordenanza en la Comisaría de Policía.

Muerte

Al poco tiempo, cuando junto a otros refugiados reunía armas y municiones en unas canteras de Lourdines, próximas a la población de Migné-Auxances, para organizar un grupo de maquis con el que retomar la lucha en España, falleció con 44 años el 26 de abril de 1940 por una peritonitis de la que no fue bien atendido. Su mujer, Ángeles Gómez, sin recursos ni medios de vida, siguió viviendo en Poitiers donde encontró trabajo como limpiadora y llevó una vida modesta junto a su hijo Miguel, quien tras finalizar sus estudios con calificaciones sobresalientes ejerció como director contable en varias empresas y compañías francesas.

Cuando ya en los años 60 se permitió la vuelta de exiliados, Ángeles regresó ocasionalmente a Almería a visitar a su familia y, tras la muerte de Franco, su hijo Miguel también lo hizo y llegó a comprarse una casa en Cabo de Gata para disfrutar sus vacaciones de verano en la tierra en la que había nacido. Ella falleció en París el 28 de marzo de 1995 y su hijo lo hizo precisamente aquí, en Almería, el 16 de julio de 2018 a los 90 años, justo al día siguiente de su llegada vacacional de ese año. Y como había expresado su voluntad de ser enterrado junto a sus padres, hoy los tres descansan en una pequeña tumba familiar en el cementerio parisino de Pantin.

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