La Voz de Almeria

Almería

La tienda de ultramarinos de San Pedro

Rafael J. Romero abrió en 1904 ‘La Constancia’, un negocio de lujo para la época

La tienda contaba con un grupo de empleados numeroso.

La tienda contaba con un grupo de empleados numeroso.Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente
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Cuando a comienzos de los años 70 echaron abajo el noble caserón de la Plaza de San Pedro donde había reinado 'La Constancia' no solo se perdió un trozo de la vida urbanística de la ciudad, también se fue uno de los comercios con más historia y que más huella dejó entre los almerienses.

El lunes, 25 de abril de 1904, abrió sus puertas por primera vez 'La Constancia', una tienda de ultramarinos finos propiedad del comerciante almeriense Rafael J. Romero. Aunque había nacido en Alicún (1864), residió en Almería, donde ejerció la actividad comercial desde 1890. En plena madurez profesional decidió montar un gran negocio en uno de los lugares más pujantes de la ciudad y se quedó con un amplio local en los bajos de un caserón de la Glorieta de San Pedro, frente a la iglesia y próximo a la esquina con la plaza de Urrutia.

Era un hombre ambicioso y no escatimó esfuerzos a la hora de organizar la tienda. Encargó una monumental estantería de madera noble con arcos que presidió el local y un enorme mostrador coronado por una báscula de las que marcaba el peso con total garantías, sin trucos, un detalle fundamental en aquellos tiempos, cuando los tenderos tenían fama de echar siempre de menos.

Rafael J. Romero puso empeño en hacer de la honestidad su bandera. A la entrada de la tienda colocó un cartel con un eslogan que salió publicado también en la prensa de entonces. Decía el anuncio: “La Constancia. Especialidad en cafés tostados, conservas de pescado, garbanzos legítimos de Castilla. Pureza en los artículos y exactitud en el peso”. Este afán por el ‘juego limpio’ se lo transmitió también a sus empleados, que fueron numerosos. 'La Constancia' fue a la vez una escuela donde muchos jóvenes de la época aprendieron el oficio.

Cuando Rafael J. Romero abrió su comercio, la ciudad se estaba preparando para recibir el Rey. Al dia siguiente, el martes 26 de abril de 1904, Alfonso XIII iba a visitar Almería para inaugurar el Cable Inglés. Por eso, lo primero que hizo fue engalanar la fachada con guirnaldas con los colores de la bandera española y pintar en los escaparates la frase ‘Viva el Rey’, que destacaba entre las latas de conservas y las tabletas de chocolate que se amontonaban detrás de los cristales.

En sus comienzos, tuvo que competir con otras tiendas de ultramarinos de renombre en la ciudad, que ya tenían una clientela hecha. En la calle Aguilar de Campoo, la que da al Mercado Central, ejercía la profesión Francisco Cortés Salado, con 'La Fama', un acreditado comercio que funcionaba desde finales del siglo XIX.  En la calle Castelar estaba ‘Casa Gervasio’ y en la de Ricardos, ‘La Independencia’, de Francisco Losana. Eran tiendas muy arraigadas entre la burguesía almeriense, pero no fue obstáculo para que la de Rafael J. Romero se situara en pocos años como una de las más rentables. Le llegaban los pedidos de todos los barrios.

Tenía una cuadrilla de repartidores que llevaban la compra a domicilio en un carro de madera de tres ruedas, o bien en otro más grande, tirado por una mula, que se utilizaba para repartir la mercancía a los pueblos cercanos.

'La Constancia' se mantuvo en lo más alto del comercio almeriense hasta que estalló la Guerra Civil. A finales de julio de 1936, uno de los comités obreros que recorrían la ciudad, clausuró el local y tomó prisionero a su dueño. Rafael y su hermano Nicolás, que lo ayudaba al frente de la tienda, fueron acusados de ‘beatos’.

Eran tiempos muy duros para la familia. Unos días antes había sido apresado su tío, Eduardo Romero Cortés, párroco de Bentarique. Un mes después, en agosto del 36, el cura moría asesinado en el pozo 'La Lagarta' de Tabernas.

La noticia de la muerte del tío llevó a pensar a la familia que tanto Rafael como su hermano Nicolás también podían correr la misma suerte. Pero no fue así. Se quedaron pendientes de juicio hasta que pudieron salir en libertad. Nicolás abandonó el Ingenio el 18 de marzo de 1939 y diez días después salió Rafael. Aunque ya tenía 75 años, el dueño y fundador de ‘La Constancia’ recuperó el negocio y volvió a reflotarlo. El 17 de abril tomó posesión de nuevo del local.

El viejo comerciante aguantó al pie del mostrador hasta 1949, cuando desgastado por la edad y por las secuelas físicas que le había dejado el tiempo que estuvo preso, decidió traspasarle la tienda a Salvador López Parra. El 8 de agosto de 1951, a los 87 años de edad, falleció en Almería. Por voluntad expresa, fue trasladado a su pueblo natal, donde recibió sepultura en el panteón familiar.

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