Patios: el último refugio de la vida vecinal que tuvieron los barrios de Almería
En la Loma de San Cristóbal se encuentran los patios mejor conservados de la ciudad

El renovado patio Moreda ofrece un aspecto saludable.
Almería tuvo también una cultura de patios de vecinos con macetas, ropa tendida y gente en las puertas hablando hasta la madrugada. Nunca hemos tenido la vocación de Córdoba o Granada, pero en cada barrio siempre hubo varios patios escondidos entre callejones y casas blancas. Todavía es posible encontrar alguno, aunque la mayoría han ido desapareciendo o cayendo en el abandono. Los patios son el testimonio urbanístico de una forma de vida que se ha ido quedando vieja. Eran la representación escénica de la vida vecinal. Al patio se sacaba todo lo que no cabía en las estrechas viviendas: la ropa recién lavada, las macetas, losniños cuando se hacían insoportables y hasta las historias de las gentes que los poblaban. La vida del barrio se analizaba en aquellas tertulias permanentes.
El más antiguo que se conserva es el patio del Diezmo, frente al barrio de Los Molinos. Fue granero real en el siglo XVII y a finales del XVIII empezó a transformarse con la construcción de las primeras viviendas. Del siglo XVIII también data el patio de la casa de los Puche, una auténtica joya. Hasta hace apenas cuarenta años, el lugar estuvo habitado por casas casas de vecinos y pequeños talleres de artesanos. De todos los patios que se pueden ver en la ciudad, el más grande es el de las 106 viviendas de La Chanca, junto a la Avenida del Mar. Además de ser el de mayores dimensiones es distinto a todos los demás por sus características, asemejándose a las antiguas corralas de las ciudades castellanas.
Lo que define a todos los patios es su historia. Están ubicados en las barriadas más antiguas de la ciudad, por lo que algunos tienen detrás leyendas que se remontan a tiempos remotos. Del patio Rey Moro, que ya ha desaparecido, se decía que era frecuentado por un príncipe musulmán del siglo XII, enamorado de una joven que vivía en aquel adarve junto a la calle Almanzor. El Patio Fernández, en una travesía del Reducto, tuvo hasta mediados del siglo XIX una gran puerta de madera que se cerraba todas las noches para que nadie pudiera acceder al lugar.
En las inmediaciones de la ermita de San Antón quedan todavía dos patios en pie, aunque con un aspecto muy desmojorado. En la Almedina la única huella de aquellos singulares callejones rodeados de viviendas es el patio Borja, que también está muy lejos de tener la vida que tuvo hace medio siglo. Quizá, los patios más representativos son los de la Loma de San Cristóbal, porque tienen todas sus viviendas habitadas. La Loma es un barrio formado en espacios imposibles, una ciudad que fue creciendo en los falsos llanos y en las cuestas que se suceden desde el Cerro de San Cristóbal al Quemadero. Allí se fue gestando un poblado donde junto a las típicas viviendas de puerta y ventana de Almería era posible encontrarse con la miseria de las cuevas donde mal vivían decenas de familias. Fue en los años sesenta cuando el aspecto del barrio empezó a cambiar con un proceso urbanístico que se desarrolló en medio de una anarquía absoluta. El primero que llegaba se construía una casa a su gusto, sin arquitecto, sin proyecto, sólo con un permiso de obras que te concedían sin otra exigencia que llevar el dinero en la mano. En esa época en la que el barrio iba renovándose se gestó una urbanización moderna que fue bautizada con el nombre de las casas de Pinel. Los trabajos se iniciaron en el mes de marzo de 1959. Entonces se dijo que la urbanización del barrio en la Loma de San Cristóbal “empezaba una batalla contra aquellas cuevas o agujeros en las que vivían hacinadas las familias junto a vertederos de basura”.
La Loma cambiaba año a año y lo seguía haciendo en medio de la anarquía. En ese proceso continuo de renovación y destrucción se fueron quedando atrás rincones de una belleza incomparable, callejones que parecían sacados de un cuento de las ‘Mil y una Noches’, patios donde convivían las familias en comunidad y donde las formas de vida se habían mantenidos intactas durante décadas. Hoy ya son historia muchos de aquellos espacios y apenas quedan media docena de patios en pie. Los que se han mantenido conservan parte de su esplendor, aunque cautivos de la mano del hombre que los ha ido transformando a su acomodo. Todavía es posible hacerse una idea de cómo fue el patio de Duimovich, con su laberinto de callejones que ascendían por la empinada cuesta del cerro; todavía se puede ver el patio de Fausto García, con su entramado en forma de ‘ele’, y la angostura que caracterizaban a las calles del barrio. Todavía se aprecian los dinteles de entrada al patio de la Loma y al de Moreda, lugares que siguen habitados por familias.