La Voz de Almeria

Almería

Cuando Almería firmó su primer pacto

Fue en la casa del urólogo Angel Maresca y la ciudad estrenó una nueva era

Líderes políticos de la Transición paseando por la Plaza Circular: Cabrejas, Anguita, Guerrero, Tripiana, Vela etc.

Líderes políticos de la Transición paseando por la Plaza Circular: Cabrejas, Anguita, Guerrero, Tripiana, Vela etc.

Manuel León
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Fue en Roquetas, en la casa del urólogo Angel Maresca, donde se incubó el primer pacto tripartito almeriense,  del que surgió el primer Ayuntamiento capitalino de la Democracia, en 1979. Como actores, en esa tarde abrileña de hace cuarenta años, aparecían Antonio Maresca (PSOE), con bigote y pantalones de campana, en el domicilio de su hermano, y Pepe Guerrero (PCE), del mismo tenor. Allí, ante unos vasos y unos Ducados, ungieron  el primer contrato para gobernar esa nueva ciudad, en un nuevo tiempo, cuando al actual alcalde aún le faltaban cuatro años para nacer.

Después de ese encuentro  inaugural, que venía ya marcado desde Sevilla por Pepote Rodríguez de la Borbolla, Fernando Soto y Alejandro Rojas Marcos, se completó con otro al que asistió Laudelino Gil y Miguel Garcés (PSA), en el  Restaurante  1,2,3,  a la salida de Almería, y se remató con la escenificación del acuerdo en la antigua sede del PSOE, en el explosionado edificio de Trino.

Esa primera 'entente cordiale'  del primer ayuntamiento constituido democráticamente tras 48 años de poder omnímodo de un General, se saldó con la elección de Santiago Martínez Cabrejas como alcalde, José Guerrero (Primer Teniente de alcalde y concejal de Urbanismo) y Laudelino Gil (Segundo Teniente de Alcalde y concejal de Cultural. El único que queda vivo de los tres, José Guerrero, profesor universitario jubilado, recordaba ayer, con 69 años en la osamenta que “lo que rememoro de entonces es que el pacto fue muy rápido, muy fácil, nos venía marcado, y gracias a ello pudimos gobernar en muchos municipios de Andalucía, donde UCD había sido la lista más votada, conmigo estaban también Salvador Fuentes y Pedro Baldó, recuerdo, aunque el tiempo va haciendo que se borre todo”.


En el otro lado de la balanza se quedó el candidato de UCD, Fausto Romero-Miura Giménez, que fue la candidatura más votada, con 18.164 votos, pero que no fue suficiente para obtener mayoría absoluta y la vara de pino.

Fausto lo primero que hizo, tras su derrota en la sesión de investidura, fue enviar una carta a cada uno de sus más de 18.000 votantes prometiéndoles “trabajar desde la oposición para mejorar Almería”.

La ciudad de la Alcazaba y del Cable Inglés y Francés, del Café Español y del Colón, era entonces un núcleo urbano apiñado en torno al Paseo y el resto, un entorno bregado de huerta y de vega, con establos y olor a tierra de labor. Era un año, el de 1979, en el que parecía que se estrenaba todo: un nuevo Ayuntamiento con las ventanas abiertas, un nuevo arzobispo almeriense, don Justo Mullor, consagrado por Wojtyła como nuevo Nuncio en Mérida, y  un nuevo equipo de fútbol, el de Rojas, Rolón y Murúa, que ascendería a la Primera División para medirse con el Real Madrid de  Juanito y Santillana, y el Barcelona, de Asensi y Rexach.

“Fue el no va más en la ciudad, le metimos tres al Castellón y estábamos en Primera, por primera vez en nuestra historia, que veníamos de la tercera división, a Maguregui lo mantearon, los jugadores se tuvieron que esconder en el vestuario con el médico Pepe Albacete y Juan Rojas lloraba de la ansiedad”, rememoraba ayer el entonces presidente, Alfonso García Sánchez, que cuenta con 83 años y que ya no va al fútbol.

Y añade, “en el vestuario, el tío Paco nos llevó unos bocadillos de tortilla para que comiéramos algo, la ciudad entera esperaba a los jugadores y no sabíamos cómo comportamos porque nunca había ocurrido algo parecido, la gente cortó el tráfico y se bañaba en la fuente de la Puerta Purchena, fue muy bonito, recuerdo que ascendieron también otros dos equipos andaluces, el Betis y el Málaga”.

Bajo el lema de la tradición clásica de Aquiles y  Ulises -‘Ojalá vivas en tiempos interesantes’- fueron esos años -y especialmente el de 1979- unos tiempos en los que parecía que todo se estrenaba, porque todo estaba por hacer: había aún pueblos sin agua y alcantarillado -los sigue habiendo- y en los que las bombillas peladas aún se sostenían en palos de olivo. “El cambio que hicimos entonces los almerienses fue brutal, como salir de un siglo y entrar en otro, éramos una provincia anclada al pasado y la política, la buena política, lo fue cambiando todo, recuerdo que a nosotros nos decían 'Los niños de Joaquín Navarro' ”, rememora Blas Díaz Bonillo, exsenador socialista natural de Zurgena ya jubilado, uno de los actores de ese periodo tan cuestionado ahora de la Transición.

Lo primero que dijo Santiago Martínez Cabrejas en su discurso de investidura como alcalde, fue prometer una reforma de la Ley de Régimen Local y garantizar peonadas obreras contra el paro, mientras desde la bancada algunas mujeres le arrojaban claveles rojos. No eran aún tiempos de pensar en trenes de alta Velocidad ni de Soterramiento, aunque ya entonces estaba  presente esa Almería de dos velocidades, de primera y de segunda, que aún permanece enquistada cuatro décadas después.

Entre esos primeros concejales que inauguraban la democracia, no había ni una sola mujer. Aparecían nombres que suenan ya lejanos como Felipe Iracheta, Francisco López Almécija, José Terriza, Eduardo Vela, Pedro Lozano, Fernando Navarrete, Eloy López Miralles, Guillermo Zaragoza, Braulio Moreno, unos vivos y otros muertos.

Lo de la fragmentación del voto no es nueva, puesto que se presentaron entonces, en ese año prodigioso, nueve partidos, aunque solo cuatro obtuvieron representación. Han pasado 40 años, ha cambiado el paisaje, pero los almerienses elegirán dentro de cuatro días a su alcalde, como en esa primera vez, depositando su voto, después vendrán, presiblemente, los pactos necesarios para gobernar, pero ya sin pantalones de pata de elefante y sin nube de tabaco negro.

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