En medio de los cultivos que han dado fama a la huerta de Almería, una planta de aspecto singular empieza a reclamar miradas: la okra. Gabriel López Galdeano, roquetero, no solo la cultiva, sino que confía cada año en los frutos que dé la planta: “Me sorprendió la robustez del cultivo y la poca dependencia de tratamientos fitosanitarios respecto a los cultivos tradicionales”, confiesa a LA VOZ.

Un viajero vegetal con historia milenaria

Su historia se remonta mucho más atrás que su llegada a los invernaderos de Almería. La okra —también conocida como Abelmoschus esculentus— es una planta originaria de África (Etiopía, Eritrea y Sudán), con huellas de domesticación que se rastrean tanto en el continente africano como en áreas de la India y Pakistán, regiones que la han integrado en su cultura y su gastronomía desde hace siglos. 

La planta viajó a Europa y América a través de migraciones y rutas comerciales, adquiriendo nombres y colores según la tierra que la acogía, hasta convertirse hoy en una hortaliza versátil y exótica que reclama su espacio entre los robustos cultivos almerienses.

Entre la tradición y la innovación: decisiones que cambian el campo

Gabriel, formado en la Universidad de Almería, inspirado por su profesor de Madrid, Matías García Lozano, decidió estudiar Química, especializánodose en Química Agrícola, transitó como técnico de campo, de 1998 a 2008, en cooperativas como las Hortichuelas, en SUCA, Parafruts, para decidir finalmente vivir la agricultura desde su faceta más práctica. Su experiencia le enseña que elegir la variedad y la fecha de plantación son decisiones cruciales. “La clave está en elegir bien el material vegetal y la fecha de siembra”, explica Gabriel. “Este año lo intenté demasiado pronto, en diciembre, y la planta apenas reaccionó en enero y febrero”.

Aprender del error forma parte de su metodología y reconoce que la falta de bibliografía científica sobre este cultivo obliga a tirar de experiencia e intercambio con otros agricultores.

Menos tratamientos, más vida 

Ajena al bullicio de los fitosanitarios que asolan otras plantaciones, la okra se defiende con sus propias armas naturales. “La principal peculiaridad que tiene es que para mí el tema de no tener que tratar tanto fitosanitariamente es algo muy importante”, relata. Mientras otros cultivos exigen tratamientos casi semanales para mantener a raya las plagas —sean plaguicidas químicos o preventivos naturales—, la okra tolera bien las enfermedades y apenas necesita defensas externas. 

“Al reducir tratamientos, he comprobado cómo proliferan lagartijas e insectívoros en la finca. Incluso he visto estudios donde analizan qué plagas controlan estos animales de manera natural”, relata, convencido de que la biodiversidad puede ser la mejor aliada del agricultor. "Prácticamente con lo natural que surge en la finca pues lo estoy combatiendo”. Esta resistencia convierte a la okra en un pequeño oasis de biodiversidad, que respeta la naturaleza. 

Una apuesta multicultural

Cada mañana, esta planta sorprende al visitante por sus flores de tonos amarillos y morados y su historia de rentabilidad y facilidad de cultivo. Considerada un “producto exótico”, la okra se consolida gracias a su resistencia y su creciente demanda, especialmente entre la comunidad africana y asiática que llega al sur de España en busca de sabores familiares. Como dice Gabriel, “la que nosotros ponemos le llaman la 'okra india'... porque es parte de su alimentación. Pero sí, básicamente aquí como también hay muchas personas procedentes de África, se extiende bastante por la provincia”.

El cruce de culturas en tierras almerienses tiene mucho que ver con la expansión de este producto, cuya exótica vaina verde empieza a conquistar también paladares curiosos.