El pueblo almeriense con origen ibero y aguas medicinales al pie de Sierra Nevada
A día de hoy, sigue siendo un tesoro escondido en la Alpujarra Almeriense

El pueblo almeriense con origen ibero y aguas medicinales al pie de Sierra Nevada.
En el límite de la Alpujarra Almeriense, abrazado por las majestuosas cumbres de Sierra Nevada, se esconde un rincón donde la historia y la naturaleza se entrelazan en un paisaje de ensueño.
Este pequeño paraíso, bañado por aguas minero-medicinales y rodeado de barrancos cubiertos de castaños centenarios, ha sido testigo del paso de civilizaciones desde la época ibera hasta nuestros días.
Su ubicación privilegiada, junto al Puerto de la Ragua, lo convierte en una puerta natural entre la Alpujarra y el Marquesado de Zenete, ofreciendo un escenario de belleza inigualable.
Sus barrios conservan el inconfundible encanto morisco, con calles estrechas y encaladas que serpentean entre casas de tejados planos y tinaos sombreados. Aquí, la esencia de Al-Andalus sigue viva en la arquitectura y en la disposición del pueblo, un reflejo de su pasado árabe. Muy cerca, los vestigios de antiguos poblados moriscos, hoy reducidos a cortijadas, cuentan historias de un tiempo en el que estas tierras eran crisol de culturas.
Paterna del Río hunde sus raíces en tiempos prerromanos, como atestiguan las espadas iberas halladas en las minas de La Gaviarra. Su nombre, de origen latino, sugiere una ocupación anterior a la llegada de los musulmanes, aunque fue durante el dominio nazarí cuando alcanzó su esplendor.
Organizado en cuatro grandes barrios protegidos por un castillo, el pueblo contaba con una mezquita mayor y dos menores, reflejo de su importancia en la región.
La rebelión de las Alpujarras marcó un punto de inflexión en su historia: tras la derrota de los moriscos en 1570, fue repoblado con cristianos procedentes de Galicia.
Hoy, Paterna del Río sigue siendo un tesoro escondido en la Alpujarra Almeriense. Su economía gira en torno a la agricultura, con fértiles tierras que producen hortalizas, patatas y manzanas, regadas por las cristalinas aguas que manan de sus fuentes.
La Fuente Agria, famosa por sus aguas ferruginosas, es solo una de las muchas maravillas naturales que ofrece este enclave. Entre sus barrancos y bosques de encinas y castaños, el visitante encuentra un refugio de paz y tradición, donde el tiempo parece haberse detenido para preservar su esencia más pura.