De la báscula a la gaseosa El Tigre: fórmulas contra el empacho y otras molestias
¿Hay muchas procesiones en la calle? Una opinión en respuesta al artículo 'El empacho de la fe'

Gaseosa El Tigre.
En la edición impresa de LA VOZ del pasado 27 de marzo, el rincón de la nostalgia al que nos invita a diario Eduardo de Vicente se convirtió de forma excepcional en la báscula de una frutería, pero no para pesar kiwis ni puerros, sino para ponerle cifras a algo tan difícil de medir como los sentimientos.
Es cierto que Eduardo de Vicente, un auténtico referente a la hora de contar las historias del ayer y conocedor como nadie de todo lo que acaece desde el Paseo de Almería hacia Pescadería, parte de un análisis del hoy para proponernos un viaje al pasado con el que conocer las procesiones de la época de la posguerra. Pero, como punto de partida, el texto entra a valorar (cuando no a juzgar) si la gente cree mucho o poco en Dios y si hay mucho o poco exhibicionismo en eso de sacar procesiones a la calle.
El propio título del artículo ('El empacho de fe que se repite') ya plantea una suerte de sobredosis de lo divino que se traduce en que "las calles se han llenado de santos y de exaltación religiosa" por obra y gracia de una “fe exhibicionista” que “nos inunda desde enero a diciembre”, “mientras que los templos están medio vacíos a la hora de las misas”.
Caramba.
Cabría pensar que vivimos en uno de esos (muchos) países en los que ciertas celebraciones religiosas marcan no solo el calendario, sino también los ritmos del día a día en base al momento en el que hay que rezar. Pero no es cuestión de entrar a compararse con nadie.
Por otra parte, podría parecer que aquí estamos todo el día paseando santos. Y ahí sí es lícito entrar en comparaciones: según un informe de 2023, en la ciudad de Sevilla hay una media de 2 procesiones al día a lo largo y ancho del calendario. En Almería, salvando la frenética época de la Cuaresma (y la Semana Santa, claro), lo habitual es ver una al mes.
No obstante, los matices importan. Para el ajeno a lo cofrade, entra en el saco de las procesiones lo que para otros no alcanza esa categoría por ser simplemente el rezo en la calle de un viacrucis o un rosario. También hay que tener en cuenta las salidas del patrón de este o aquel barrio y, entre una cosa y otra, los ensayos de las cuadrillas, que "convocan a cientos de adolescentes detrás", según recoge el artículo original. ¿Es mucho o es poco? Y, en cualquier caso, ¿cuánto, cómo y a quién moleta?
No, la fe no empacha. Tener fe es una suerte que da consuelo, ayuda, reconforta y que, en cualquier caso, es algo muy personal. ¿A quién puede molestarle eso? ¿A quién le hace daño que yo rece, que yo crea en Dios? Quien más, quien menos ha visto a gente aferrarse a la fe durante una enfermedad. Hace poco, viví de cerca cómo una madre lloraba a mares ante una Virgen para suplicarle por el alma de una hija fallecida hace poco. Solo por lo que le pedimos y le agradecemos a nuestras imágenes, el valor de todo esto que algunos perciben solo como folklore, como un estorbo, merece la pena.
Y estoy seguro de que nadie va a comparar la incomodidad de no poder aparcar el coche un día, o dos, con el consuelo que da creer que los nuestros, los que están vivos y los que no lo están, cuentan con un lugar seguro al que algunos llamamos Dios.
Eso, por no hablar de lo obvio: todas esas salidas procesionales, las grandes y las que no lo son tanto, generan a su alrededor una economía que, sin ser el motor de nada, existe y da de comer. Floristas, artesanos, fotógrafos de forma directa y bares, comercios, hoteles e incluso el señor que vende pipas, agradecen todas y cada una de las procesiones que se organicen en esta ciudad tan dada a quejarse por todo.
Estamos comprando un discurso peligroso y que no es coherente con la realidad de nuestra ciudad. Crecen las quejas porque, dicen, hay muchas procesiones y salimos mucho a la calle. Que la fe empacha. Bueno, parece que está claro… Todavía hay que salir un poco más. Y, si acaso, repartir poleos para ayudar a las digestiones ajenas. O Almax, para los casos en los que, a lo peor, todo esto produzca ardor de estómago. O gaseosa El Tigre, como toda la vida, para los que prefieran las cosas del pasado.