La Voz de Almeria

Tal como éramos

El empacho de fe que se repite

Como ocurría en la posguerra, las calles se han llenado de santos y de exaltación religiosa

El Padre Gallego al frente de la procesión de los Luises, bajando por el Paseo a la altura de la calle Lachambre. Años 50.

El Padre Gallego al frente de la procesión de los Luises, bajando por el Paseo a la altura de la calle Lachambre. Años 50.

Eduardo de Vicente
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Hay que remontarse a los primeros años de la posguerra para recordar tanta exaltación y tanto derroche de cristianismo como el que estamos viviendo últimamente en las calles de Almería. Los actos religiosos se han salido del calendario y también de los templos y han tomado las calles a cualquier hora, en cualquier día, como si viviéramos comprometidos en una Semana Santa permanente.

La diferencia principal entre el empacho de fe de entonces y el que aparentemente se vive ahora, está en los protagonistas. Si la religiosidad de antes se basaba de manera fundamental en las mujeres, que eran las que sostenían la espiritualidad tanto en las casas como en los templos, hoy son los jóvenes sin distinción de sexos, los que han tomado las calles abrazados a esa revolución social que se ha ido gestando alrededor del fenómeno costalero.

La espiritualidad que hoy nos inunda desde enero a diciembre dista mucho de ser aquella del silencio, del manto negro, del rosario y de la misa diaria. Ahora vivimos una espiritualidad más de puertas hacia fuera, con un importante componente de exhibicionismo que genera un atractivo especial para la juventud. Mientras que los templos están medio vacíos a la hora de las misas, los pasos convocan a cientos de adolescentes detrás cuando salen a ensayar cualquier día.

La fe sin paliativos de la posguerra era una fe bien atada por la Iglesia y mejor interpretada por las mujeres. Más que una ataque colectivo de fe, aquella eclosión espiritual fue la forma que muchas mujeres tuvieron de encontrar un sitio en una sociedad que les daba un papel secundario de puertas a fuera de sus casas. La religión les dio protagonismo socialmente, la posibilidad de relacionarse y a la vez la oportunidad de poner el alma en paz con Dios.

El sitio de las mujeres estaba en las casas y en las iglesias y su presencia en actos públicos en la calle no estaba bien vista, como lo demuestra la prohibición del Ayuntamiento de que los elementos femeninos de las órdenes religiosas tomaran parte en las primeras procesiones del Corpus Chiristi que se celebraron después de la guerra, en la que sí participaron los elementos masculinos: Terciarios de San Francisco y de Santo Domingo, los adoradores nocturnos, los miembros de la Hora Santa, de los Luises y los Caballeros del Pilar, los niños y niñas de los colegios y de los hogares infantiles que se repartían por la ciudad para aliviar el hambre en nombre del Creador.

Las mujeres llenaban los templos a diario y participaban de la vida eclesiástica como auténticas religiosas. Don Antonio García Flores, que durante muchos años fue sacerdote de La Catedral, contaba que en aquellos tiempos era tanta la expectación por un sermón que muchas mañanas, para la misa de ocho, se formaban colas delante de la puerta de los Perdones, mujeres devotas que no dudaban en madrugar para coger un sitio en los primeros bancos, lugar privilegiado que entonces otorgaba cierto prestigio.

También se formaban aglomeraciones los domingos para escuchar el sermón de don Rafael Romero, Beneficiado de La Catedral y sacerdote de reconocido prestigio como orador y como guía. Sus fieles lo esperaban al terminar el culto para pedirle consejo y organizaba reuniones en la sacristía con las mujeres solteras de Acción Católica, a las que les daba charlas sobre comportamiento y moral. La presidenta, Margarita Tonda, y cinco jóvenes más de aquella asociación de solteras, se quedaron encerradas una tarde en el templo después de la reunión dominical con don Rafael Romero. Para salir tuvieron que subir al terrao y desde allí pedir auxilio a la gente que pasaba por la calle del Cubo.

Muchas mujeres de la época formaron parte de importantes asociaciones seglares que llevaban una vida religiosa activa y aportaban su trabajo y su apoyo a la comunidad de forma altruista. Una de aquellas órdenes seglares fue la de las Terciarias Dominicas, que orientaban su fe a las enseñanzas del santo fundador.

Las Terciarias Dominicas llevaban un escapulario en el pecho con la imagen de Santo Domingo y cuando morían las vestían con el hábito blanco. Una vez al mes se reunían en el convento para recibir charlas y rezar el rosario. “Las cuentas del rosario son escaleras para subir al cielo las almas buenas”, cantaban a coro con el padre Ballarín. Tan importantes como las Dominicas eran las Terciarias Franciscanas, que se reunían en al iglesia de los Padres Franciscanos, ataviadas con sus hábitos marrones y sus cíngulos de cuerda. Estaban también las Marías de los Sagrarios, mujeres que se dedicaban a la limpieza y al mantenimiento de los sagrarios de las iglesias, y las seguidoras de la Orden del Rosario Perpetuo, que tenían que cumplir la nada desdeñable penitencia de tener que rezar todos los días del año el santo rosario.

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